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Por Claudio Fantini. ¿Podrá el príncipe heredero de Arabia Saudita salvar su poder? ¿Caerá el reino saudita en el aislamiento internacional o sus poderosos aliados lograrán sacar a la tiranía árabe de la encrucijada en la que se metió al cometer un crimen tan brutal como negligente, con el asesinato del periodista Jamal Khasoggi?
No sorprende que el régimen saudita asesine a sus enemigos. Lo sorprendente es que lo haga con tanta torpeza.
Muchos críticos de la familia real terminaron de la peor manera, pero la eliminación del periodista disidente Jamal Khasoggi bate récords en materia de crueldad y de estupidez.
Entre los últimos crímenes de Arabia Saudita denunciados en el mundo sobresale el de Nimr Bakr al Nimr, el clérigo de la comunidad chiita de ese país, ejecutado en 2016 tras masivas protestas contra el supremacismo sunita que impone la casa real.
La siguiente ola de denuncias internacionales contra el reino se produjo por su intervención militar en el conflicto de Yemen.
Jamal Kashoggi fue uno de los críticos a la guerra de Mohamed bin Salman contra las milicias hutíes que lideran el chiismo yemení. En rigor, fue crítico a todo lo que hizo el príncipe heredero desde que asumió el manejo del poder que corresponde a su padre, el rey Salman. Por esas críticas fue considerado un disidente y debió abandonar su país, radicándose en Estados Unidos hace un año.
Kashoggi era miembro de una poderosa familia. Su padre había sido el médico personal del rey Abdulaziz, fundador del reino del desierto. Entre sus parientes estaba Dodi al Fayed, el novio de Lady Di, que murió con ella en un accidente en un túnel en París.
Kashoggi había sido asesor de varios príncipes. En su momento, admiró a Osama bin Laden y luego eligió como modelo alternativo a la monarquía absolutista de la Hermandad Musulmana y a su fundador, Hasan al Bana.
Pero desde su enfrentamiento con el príncipe heredero, el periodista disidente levantó directamente las banderas de la democracia, con respeto a las libertades públicas e individuales.
Eso reflejaban sus artículos en The Washington Post. Posiblemente, organizaba con otros disidentes una campaña internacional de denuncia de las violaciones a los derechos humanos en Arabia Saudita cuando desapareció.
Se quería casar con su novia turca y fue con ella al consulado saudita en Estambul, en busca de unos documentos. Ella se quedó esperándolo en la puerta, pero él jamás salió.
Turquía denunció que el periodista había sido torturado, asesinado y descuartizado en el consulado. Arabia Saudita primero lo desmintió, luego dijo que murió en una pelea.
El gobierno turco denunció de inmediato que el periodista disidente había sido torturado, asesinado y descuartizado dentro del consulado. Pero como su certeza provenía de grabaciones obtenidas por la inteligencia de Turquía, que había espiado la sede diplomática, no la pudo utilizar para denunciar al reino árabe por ese crimen bárbaro. Espiar una legación de otro país es un delito inaceptable que el gobierno de Erdogán comete a menudo.
Riad se defendió de las acusaciones diciendo que Kashoggi se había retirado de su consulado, vivo y entero. Pero no pudo mostrar la imagen del disidente saliendo del lugar, una prueba contundente de que no salió jamás.
Cuando Kashoggi pidió al consulado los papeles que necesitaba para casarse, el cónsul lo transmitió a Riad después de haberle dicho que acudiera a la legación el 2 de octubre para que se le entregara lo solicitado.
Poco antes de que Kashoggi entrara al consulado en el día y hora acordada, habían ingresado allí 15 agentes de inteligencia llegados desde Arabia Saudita esa mañana. Ellos salieron del lugar. Kashoggi no. Y Turquía puso el grito en el cielo, lo que movilizó la presión de Gran Bretaña, Francia y Alemania para que la corona saudita respondiera sobre lo ocurrido. Pero la corona insistió con su coartada insostenible porque la desmentían las cámaras que nunca registraron la salida del disidente.
Donald Trump intentó, la principio, socorrer a los criminales, sugiriéndoles aceptar lo que era innegable, pero deslindando responsabilidades, como lo refleja el artículo The Washington Post.
La idea es crear un chivo expiatorio y decir que actuó por su propia cuenta a espaldas del rey y de su hijo. De este modo, Salman y el príncipe heredero encarcelarían o decapitarían en público al chivo expiatorio, buscando hacer borrón y cuenta nueva.
El problema es que, a esta altura, ese tipo de coartada no convencería a nadie. El reino del desierto cometió un crimen tan sanguinario y de manera tan negligente, que resulta difícil de ocultar.
¿Por qué un príncipe poderoso de un Estado que lleva medio siglo buscando la aceptación de Occidente sin perder sus rasgos absolutistas, oscurantistas y medievales, ordena un asesinato dentro de una legación diplomática situada en un país gobernado por un adversario?
El gobierno turco que encabeza Erdogán se enfrentó al régimen saudita en la guerra de Siria. Ordenar un crimen salvaje en un consulado situado en Estambul implica una torpeza que casi no tiene antecedentes.
La imagen de modernización y racionalidad que quiso dar al mundo el príncipe heredero, con reformas de muy poca profundidad pero alto impacto propagandístico, como permitir que las mujeres conduzcan automóviles y abrir salas de cine en las ciudades, se hizo añicos ni bien el mundo se enteró que un periodista disidente habría sido torturado, asesinado y descuartizado dentro del consulado saudí en Estambul.
En esa estrategia, Arabia Saudita financió y promocionó que los seleccionados de fútbol de Brasil y la Argentina jugaran una copa internacional en su capital.
La única explicación de un crimen tan bárbaro y tan negligentemente ejecutado, es la embriaguez de impunidad de un príncipe todopoderoso al frente de un régimen que está ofreciendo negocios billonarios a empresas occidentales y que gobierna un país con altísimo valor geopolítico y geoestratégico. Por su ubicación geográfica y por el rol que juega de contención a la influencia iraní en el mundo árabe, Riad se siente una pieza imprescindible en el tablero geoestratégico de Israel y Estados Unidos.
Con el gobierno israelí de Benjamin Netanyahu ya coordina acciones de inteligencia y, paralelamente, desarrolla proyectos de modernización de infraestructura, apuntados a diversificar la economía hacia el año 2030. Esos proyectos supondrán negocios oceánicos para potencias occidentales.
De hecho, Trump evidencia el límite que implica para Estados Unidos que Arabia Saudita le esté comprando armamento por 110 mil millones de dólares, mientras cierra otros negocios por una cifra cercana a los 500 mil millones.
Por lo que vale para las potencias occidentales su rol geopolítico y los negocios económicos que ofrece, el príncipe Mohamed sintió que podía matar, porque su poder es tan grande que podría comprar toda la inmunidad del mundo. Sin embargo, por ser tan alevoso como torpe en su ejecución, ese crimen terminó poniendo a Arabia Saudita al borde del repudio y del aislamiento mundial.