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Por Claudio Fantini. Se llama Carolina Pavón, es argentina y está atrapada en Egipto. Como en una ficción kafkiana, esta mujer no puede regresar a su país ni vivir libremente en el que se radicó tras casarse con un egipcio.
Una familia la refugió, a cambio de trabajo doméstico, pero se encuentra en una suerte de clandestinidad, porque su marido puede obligarla a regresar al hogar, del que huyó porque, según ella, la maltrataba física y psicológicamente.
Al Estado árabe-africano no le importa que sea ciudadana argentina, porque para casarse debió sacar la ciudadanía egipcia y su matrimonio se rige por las leyes de ese país. Y si quisiera acudir a la embajada argentina, podría quedar encerrada en la sede diplomática, de manera similar a lo que vive Julian Assange, el jefe de WikiLeaks, en la embajada ecuatoriana de Londres.
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Si bien no se conoce la versión del marido, el drama que relata Carolina es creíble porque es lo que han relatado a organizaciones internacionales de derechos humanos miles de mujeres egipcias y de otros países musulmanes, donde las leyes favorecen al hombre y discriminan a la mujer.
Mahmud Mohamed Mahmud Ahmed Tarfa le prohíbe a su esposa ver a las dos hijas del matrimonio si ella no acepta volver al hogar para cuidarlas. Pero rechaza ese trato, porque el marido la golpea y la insulta con asiduidad.
❝La influencia de la religión en las leyes (de Egipto) da todas las ventajas al marido y todas las dificultades a la mujer❞
¿Por qué no se divorcia y regresa a la Argentina con sus hijas? Porque al haberse casado en Egipto, bajo las leyes de ese país, la potestad casi absoluta sobre las hijas y sobre el derecho al divorcio, la tiene el marido.
A pesar de que el gobierno estableció Tribunales de Familia en 2004 y que es de carácter laico desde que el mariscal Abdelfatah al Sisi derrocó al presidente islamista Mohamed Morsi, la influencia de la religión en las leyes da todas las ventajas al marido y todas las dificultades a la mujer en lo vinculado con el divorcio y derechos sobre los hijos del matrimonio.
El marido puede solicitar el divorcio cuando lo desee, sin enfrentar trabas legales ni burocráticas. En cambio, la esposa tiene dos opciones: el divorcio causal y el divorcio no causal.
Para obtener el primero, que le permite retener derechos económicos y sobre los hijos, debe probar el daño que alega. Si es maltrato físico y psicológico, debe contar con testigos presenciales, lo cual es imposible cuando el maltrato se da en la intimidad del hogar.
Le queda entonces recurrir a la khula o divorcio sin causa. Pero la mujer sólo puede obtener el divorcio sin causa si renuncia a sus derechos económicos y devuelve la dote pagada por el marido al casarse.
La tercera posibilidad es fáctica, no jurídica, y se parece en sus consecuencias a la khula: ella negocia con el marido renunciar a todos sus derechos para que él acepte pedir el divorcio.
Para la argentina atrapada en Egipto, todas las posibilidades se complicaron más aún, porque ella huyó del hogar para ponerse a salvo de los golpes y maltratos que sufría. Por eso, el marido la atrapó cruelmente en un limbo jurídico: le impide ver a las hijas, así como también regresar a la Argentina o vivir en Egipto, pero sin derecho a trabajar y a vivir libremente.
A esta situación que parece creada por la imaginación del checo Franz Kafka, la padecen cientos de miles de mujeres en países musulmanes y sólo puede resolverla una perseverante y delicada negociación diplomática del más alto nivel.
Teléfono para Susana Malcorra.