Por Claudio Fantini. Los primeros pasos del nuevo gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil van desde lo inquietante hasta lo caricaturesco. La “limpieza ideológica” que anunció el jefe de Gabinete, Onix Lorenzoni, es inquietante. El gobierno llama “limpieza ideológica” a lo que, desde los tiempos oscuros del senador norteamericano Joseph McCarthy, se llamó “cacería de brujas”. Pero hay más. Repasemos.
Lorenzoni dijo que serán expulsados del Estado todos los funcionarios “comunistas”.
Hay que aclarar dos puntos. Uno, todo gobierno tiene el derecho y hasta la obligación de sacar de la administración pública a los funcionarios y empleados que hagan mal su trabajo o se dediquen a sabotear, por razones ideológicas o de lealtades políticas, a la gestión pública. Pero si no hay mal desempeño, sabotaje o conspiración, la ideología o bandería partidaria de los funcionarios no importa.
Echar gente por razones políticas es autoritarismo puro y duro. Y eso es lo que acaba de anunciar el jefe de Gabinete de Bolsonaro. Vale repetirlo: la señal es inquietante.
Otro punto es que la ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, publicó un video en el que anunciaba que en la gestión que está comenzando en Brasil, “los niños vestirán de azul y las niñas, de rosa”. Ésta es la señal caricaturesca. Pero no es una sorpresa. Damares Alves es una pastora evangélica de rasgos fundamentalistas.
Ser religioso no implica ser fundamentalista, que es llevar la política al terreno de la religión, o hacer política desde los fundamentos de la religión.
El fundamentalismo es un rasgo de la ideología que ha llegado al poder en Brasil: el ultraconservadurismo de matriz religiosa.
El grotesco anuncio de la ministra está en línea con el pensamiento del gurú filosófico de Bolsonaro. El filósofo y astrólogo Olavo de Carvalho, quien pasó del marxismo de su juventud a un exacerbado derechismo, es impulsor de la alianza entre el conservadurismo reaccionario y el fundamentalismo religioso.
Fue precisamente este personaje esotérico quien convenció a Bolsonaro de colocar al frente de Itamaratí a Ernesto Araújo, un diplomático marginal, que lleva años abocado a difundir las teorías conspirativas más oscuras y desopilantes para demostrar que el marxismo está detrás del movimiento feminista mundial y de quienes defienden la igualdad de géneros y la diversidad sexual.
De Carvalho y Araújo forman parte de la intelectualidad orgánica del ultraconservadurismo religioso que plantea teorías conspirativas, como la de un plan global para “homosexualizar” el mundo, eliminando la diferencia entre el hombre y la mujer.
En esa línea está la grotesca descripción de un Brasil con niños vestidos de azul y niñas vestidas de rosa que hizo la ministra Alves.
Otro anuncio del gobierno de Bolsonaro es una ola privatizadora. Un punto que se puede discutir y cuestionar desde otras posiciones políticas, pero que está dentro de la lógica y la racionalidad (no en el terreno de las creencias), además de haber sido largamente anunciada en la campaña electoral.
Las privatizaciones no pueden ser consideradas inquietantes, como si lo son la “limpieza ideológica” y la política de familia que describió de manera patética la pastora fundamentalista, quien –desde el gobierno brasileño- lanzó una especie de guerra santa contra la “homosexualización” del mundo.