Por Claudio Fantini. Fue un terremoto con epicentro en Brasilia. Cuando el tembladeral cesó, el gobierno seguía firme y el liderazgo de Lula da Silva estaba en pie y sin rasgaduras. En cambio, la imagen de Jair Bolsonaro quedó rasgada y tambaleando, como a punto de derrumbarse, en el sorprendente Brasil. ¿Cuáles fueron las primeras consecuencias políticas de lo que sucedió el 8 de enero?
Lula, al que ese movimiento ultraconservador y su líder quisieron derribar, aunque salió victorioso de esta emboscada, no puede cantar victoria.
Este terremoto político puede tener réplicas, por lo que Lula deberá atender dos cuestiones clave para fortalecer su gobierno.
Los temas a tener en cuenta: en la economía, urge recuperar el crecimiento y mantener un elevado nivel de inversiones; en lo político, será necesario mantener la coalición oficialista, que abarca desde la derecha hasta la izquierda, sin clausurar ni marginar a ningún partido en la búsqueda de consensos.
En el ángulo izquierdo de la coalición gobernantes, puede haber dirigentes que intenten tentar a Lula con hacer lo que hizo Hugo Chávez, tras fracasar el golpe de Estado que un sector del ejército perpetró para derribarlo.
En abril de 2002, un grupo de militares apresó al entonces presidentes y lo presionó para que firmara su renuncia.
Chávez resistió, hasta que otro grupo de militares lo rescataron, haciendo fracasar el golpe.
Chávez aprovechó en 2022 el fracaso de los golpistas y se lanzó a la construcción de un poder hegemónico.
De momento, Lula no ha dado señales de tentarse con aprovechar el fracaso de la asonada golpista para lanzarse a la construcción de un liderazgo hegemónico y, por ende, autoritario.
Que fue Lula quien salió victorioso de la violenta emboscada que le tendió el bolsonarismo más exacerbado, lo prueban las postales del día posterior al domingo negro.
En una postal, aparece Lula rodeado de los miembros del Superior Tribunal Federal, de legisladores de todo el arco político y de los gobernadores de todos los estados y de los líderes de la mayoría de los partidos.
Contrastando con esa imagen, el propio Bolsonaro tuiteó la foto que lo mostró en una cama de hospital en Florida, Estados Unidos.
La imagen de su convalecencia por “fuertes dolores abdominales” sólo podía tener dos objetivos: que en ese lunes negro para su espacio político, no se lo mencionara como presunto instigador de la asonada golpista.
Y también para que se hable de él como víctima de las secuelas que le dejó el atentado que sufrió en Minas Gerais, en la campaña electoral de 2018.
El objetivo era, precisamente, recordarle a Brasil y al mundo que también él fue blanco de la intolerancia barbárica.
Lula sobrevivió al terremoto y Bolsonaro quedó sepultado bajo los escombros del armado golpista.
Pero todo terremoto puede tener réplicas.
La historia no está terminada y el líder ultraderechista puede salir de entre los escombros y provocar nuevos sismos políticos.
Pero lo que ocurrió el 8 de enero exhibió -de manera obscena- lo que ya estaba a la vista, aunque todavía muchos se niegan a ver: la naturaleza golpista y autoritaria del bolsonarismo.
Además, la destrucción de pinturas y esculturas de gran valor artístico, que se encontraban en el corazón edilicio de la República, expuso crudamente la miseria cultural del instinto autoritario.