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Por Claudio Fantini. Las imágenes parecían extraídas de una película. Los presidiarios eran desplazados masivamente, semidesnudos, descalzos, con las manos en la nuca, caminando en cuclillas y siempre mirando el suelo. Esos dos 2.000 criminales, que integran las violentas maras salvadoreñas, parecían un rebaño reducido a una humillante indefensión por Nayib Bukele. ¿Es un éxito este tipo de represión?
El presidente de El Salvador hizo filmar y difundir el extraño mega-operativo policial en una decisión que apunta a fines propagandísticos.
El objetivo era mostrarles a los salvadoreños una “ingeniería de seguridad”, que instale la sensación de un gobernante todopoderoso.
La eficacia que muestra esa filmación se condice con la realidad.
Según algunas denuncias, el actual gobierno –al igual que los anteriores encabezaos por los partidos FMLN y ARENA- negoció con algunos jefes de maras a cambio de favores económicos y políticos.
Bukele ha golpeado a las maras como nadie antes lo había hecho.
Las cárceles están abarrotadas y los salvadoreños tienen la sensación de que el presidente ganará la guerra contra la mafia de los sicarios de cuerpo tatuado.
El problema es que esa eficacia tiene que ver con un estilo autoritario, que pone los resultados por encima del cumplimiento de las leyes.
Y aquí empieza un debate interesante y necesario.
Para las poblaciones que sufren a las mafias centroamericanas, las leyes han servido poco y nada para derrotarlas.
El presidente aparece como dispuesto a proteger a la gente que a respetar legislaciones, las cuales dan la sensación de proteger más a los delincuentes que a la población.
Nayib Bukele es un líder populista exitoso, cuyo modelo parece ser el de Alberto Fujimori.
El ex presidente peruano aplastó a Sendero Luminoso y también a los miembros del Movimiento revolucionario Tupac Amaru (MRTA).
En los dos casos, Fujimori dejó de lado las leyes y apostó a la guerra sucia.
El indecoroso y traumático final de su presidencia, además de las revelaciones de mega-corrupción y de los innumerables crímenes cometidos por el régimen, enseñaron a las mayorías el alto costo que suele tener la eficacia de los autoritarismos.
Bukele sigue la senda de Fujimori.
Todavía atraviesa la etapa de la seducción que producen sus éxitos.
El populismo genera la sensación de que el líder ataca y vence a la “casta”, a la “burocracia”, a la “clase política” y a las “elites desconectadas de los padecimientos de la gente.
No importa si es por derecha o por izquierda, lo que importa es generar la sensación de que son las leyes y las instituciones vigentes las que le atan las manos al pueblo y desoyen sus necesidades.
James Rosebuch, ex colaborador de Ronald y Nancy Reagan, sostiene que el líder populista genera la sensación de que ha llegado para devolverle, por el fin, el poder a la gente.
Bukele logró éxitos en materia de seguridad. Por cierto, por encima de las leyes y de la institucionalidad vigente.
La pregunta es si, tras el período de éxitos impactantes, lo espera un final decepcionante, como el que tuvo Fujimori, o si pasará del autoritarismo al totalitarismo, que es lo que flota sobre las imágenes del traslado de presos.