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Por Claudio Fantini. Chile dio vuelta una página de su historia e ingresó a una dimensión desconocida. La Constitución, que escribirán los constituyentes consagrados en las urnas, será la primera surgida de una elección democrática, incluido un sector que jamás había sido sumado: las comunidades indígenas. Pero, la elección supone un terremoto político en el vecino país para los partidos tradicionales. Repasemos.
Las urnas derribaron el bipartidismo que imperó desde el final de la dictadura pinochetista.
Las dos grandes coaliciones que se alternaron en el poder han sido barridas por los votos. La elección de constituyentes las redujo a la irrelevancia.
Por eso, Chile está dando vuelta una página de la historia, lo que implica también ingresar a una dimensión desconocida.
Derrotada por independientes y por la alianza de izquierda que formaron el Partido Comunista y el antisistema Frente Amplio, la coalición conservadora – con Sebastián Piñera al frente- estará empezando a entender hasta que punto había dejado de interpretar correctamente a la sociedad.
Ante las multitudinarias manifestaciones que estallaron en octubre del 2019, Piñera militarizó la represión, con lo cual agravó el estallido social.
Lo hizo por escuchar a ideólogos extremistas que, como Alexis López Tapia, sólo vieron en la protesta manos ocultas del “castro-chavismo”, en su intento de reeditar “el comunismo”.
Más allá de las infiltraciones que siempre se producen, las protestas masivas señalaron fallas graves que deben ser abordadas y corregidas.
A diferencia de dictaduras como la venezolana, donde siempre se impone la represión, en Chile el gobierno aceptó su derrota en las calles y convocó a elaborar una nueva Constitución, que reemplazará a la que había dejado Augusto Pinochet.
Por primera vez en su historia, tendrá una Carta Magna surgida de una asamblea constituyente democráticamente elegida.
La centroizquierda socialdemócrata que gobernó con las presidencias de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, fue desplazada por la izquierda de posiciones radicales y por los independientes, marea en la que también naufragó la coalición entre la derecha y la ultraderecha.
En rigor, el bipartidismo tuvo su mejor chance, su última oportunidad, con la segunda presidencia de Bachelet.
Hasta entonces, los gobiernos de la coalición socialdemócrata habían conducido con éxito la era post-Pinochet. El crecimiento económico era la señal de ese éxito.
En Chile estaba pendiente una deuda que se arrastraba desde la democracia previa a la dictadura: la desigualdad en niveles lacerantes.
El régimen pinochetista la había agravado y la democracia recuperada sólo la había atenuado.
El sistema que generó crecimiento, no generó movilidad social. Por el contrario, descargó los ajustes sobre las clases media y baja, petrificando la desigualdad.
Habrá que ver cómo se intenta corregir, ahora, con la nueva Constitución -tiene plazo de un año para su redacción- y la elección presidencial el 21 de noviembre próximo.