Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Muchas sociedades llevan décadas buscando fuera de la política tradicional lo que no encuentran dentro de ella. Las elecciones en Perú; la elección de constituyentes y las primarias en las coaliciones que competirán por la presidencia en Chile, han mostrado una sociedad buscando fuera de las partidocracias para encumbrar personas que no vivan de la política ni la ejerzan de manera profesional. ¿El fenómeno llega a la Argentina?
Pedro Castillo no ganó la elección presidencial en Perú por haber sido el candidato de un partido que se declara marxista-leninista y por haber encabezado en el 2017 la huelga docente más larga y dura que registra ese país.
Castillo ganó, entre otras cosas, por ser ajeno al escenario político. De origen campesino y maestro rural, carece de la más mínima experiencia en gestión pública y ha mostrado en la campaña electoral un pavoroso desconocimiento sobre la política, la administración y la economía a nivel nacional.
No haber sido incubado en aparatos partidarios ni ser político profesional, es lo que cotiza en los mercados electorales de este tiempo
Pero eso que en condiciones normales resulta un flanco débil, es precisamente lo que le permitió conquistar el apoyo de las multitudes que lo llevaron a la presidencia.
Por aquella razón, Sebastián Sichel venció a Joaquín Lavín en las primarias de la derecha chilena.
Si bien Sichel tiene una larga trayectoria política, que lo hizo pasar por agrupaciones de centroizquierda y centroderecha, los chilenos lo conocen como presidente del banco estatal y como ministro de Desarrollo Social en el gobierno de Sebastián Piñera.
Piñera llegó a la presidencia -en su primer mandato- porque no era percibido como un político, sino como lo que lo hizo notable en la sociedad chilena: un exitoso empresario.
En los cargos que ocupó Sebastián Sichel, candidato de centro de la derecha, actuó con pragmatismo y sin apego a fórmulas ideológicas.
Eso lo convirtió en la contracara de Joaquín Lavín -dirigente de la Unión Demócrata Independiente (UDI)-, quien es un exponente de la partidocracia incubada en las usinas del pinochetismo.
También muestra la búsqueda fuera de los partidos tradicionales el triunfo de Gabriel Boric, en la coalición de izquierda.
Gabriel Boric se visibilizó en el movimiento estudiantil y creció en la izquierda venciendo a dos exponentes del Partido Comunista, una de las fuerzas políticas más viejas de Chile.
Primero venció a Camila Vallejos, quitándole la presidencia de la Confederación de Estudiantes de Chile y, ahora, derrotó a Daniel Jude, el candidato del Partido Comunista.
Quizás Boric no sea más moderado y centrista que Jude, pero así es percibido en amplios sectores de la sociedad.
Del mismo modo, la percepción (más ajustada a la realidad) es que Sichel es el centrista y Lavín el exponente del extremo en la derecha.
El neurocientífico Facundo Manes lleva tiempo asomándose a la política. Pudo encabezar una lista de Cambiemos para diputados, pero Mauricio Macri lo corrió en 2017 para colocar a Esteban Bullrich.
En Argentina, esa búsqueda, que primero abrió el paso a figuras destacadas en el deporte y en el espectáculo, ahora allana el camino a una figura del campo de la ciencia.
Ahora, el radicalismo lo puso al frente. Sus conocimientos en el campo científico no garantizan un buen desempeño en cargos legislativos y ejecutivos, pero les da instrumentos de análisis y proyección que son de altísimo valor si se saben utilizar.
¿Esto implica afirmar que los gobiernos de científicos son la solución global para enfrentar el calentamiento global, la era de pandemias y los problemas que irán creciendo debido a la superpoblación?
No, lo que implica es afirmar que la lógica y el razonamiento científico tienen claves de interpretación y de acción que la política tradicional no tiene para enfrentar los riesgos y desafíos que afrontará la especie humana.