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Por Claudio Fantini. Si los expositores no sucumbieran a la tentación de hacer demagogia ideológica, la contracumbre del G-20, que reúne a los 20 países más poderosos del mundo, podría ser un gran aporte al pensamiento social, político y económico.
Los conceptos que aparecen en la agenda del encuentro son importantes: pensamiento crítico, medios de comunicación, ciudadanía, democracia. Y entre los oradores hay inteligencia y experiencia en la gestión gubernamental, que garantizan –si no se tientan con repetir catecismos izquierdistas– reflexiones de magnitud y utilidad para entender este momento de la historia en la región.
El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera y la ex presidenta de Brasil Dilma Rousseff, entre otros, poseen la lucidez y la experiencia gubernamental, que garantizaría un aporte brillante, si de verdad apostaran a que el foro en Ferrocarril Oeste va más allá del pataleo contestatario y genere pensamiento, no consignas ni panfletos.
En ese caso, tendrían que abordar -desde el pensamiento crítico- uno de los temas de la agenda: 60 años de la revolución cubana.
Si el lúcido izquierdista colombiano Gustavo Petro, que estará en el encuentro, es coherente con la acusación de “dictadura” que le hace al régimen que encabeza Nicolás Maduro en Venezuela, entonces debería aportar también una mirada crítica sobre el régimen castrista, causante de una de las más grandes diásporas latinoamericanas del siglo XX y aferrado a un poder absoluto que mantiene la censura a las opiniones disidentes, la prohibición de elecciones libres y plurales, el Estado policial y la cárceles colmadas de presos políticos.
La realidad actual está debilitando la democracia y el pluralismo en la región.
Es sencillamente absurdo pretender una defensa del Estado de Derecho en un acto que reivindica regímenes que, lisa y llanamente, lo abolieron.
Las críticas que resuenan en la contracumbre serán creíbles si también alcanzan a sistemas como el de China y liderazgos como el de Vladimir Putin.
Una contracumbre tiene mucho que aportar al pensamiento político, social y económico, pero para cumplir ese rol debe realmente actuar como un foro de reflexión crítica, y no como un acto de propaganda.