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Por Claudio Fantini. El coronavirus, que se originó en China, llegó a Europa y desde allí alcanzará inexorablemente a todo Occidente. Existen grandes diferencias entre los instrumentos -no específicamente sanitarios- para enfrentar esta epidemia que tiene un sistema político como el chino y los de las democracias de Occidente. Esas diferencias, en algunos aspectos, dan más eficacias a los estados de derecho y, en otros, ocurre lo contrario. Repasemos.
A diferencia de lo ocurrido con la irrupción del virus en China, en Europa su llegada fue advertida desde un primer momento. Pero a la hora de declarar una guerra total al flagelo, un régimen autoritario -moldeado en el totalitarismo- cuenta con instrumentos y posibilidades de los que carecen los estados en los que rigen los derechos humanos y la democracia plena.
La epidemia de coronavirus, que genera pánico en el mundo, muestra en China distintas huellas de autoritarismo.
Es posible que el origen de este virus tenga que ver con carencias alimentarias, que terminaron convertidas en costumbres culinarias. Varias de las teorías que se barajan apuntan en ese sentido.
La miseria que afectaba sobre todo al vasto campesinado chino viene desde los tiempos de los emperadores y los mandarines; persistió tras la revolución republicana de Sun Yat-sen en 1912 y se mantuvo con su heredero, el régimen de Chiang Kai-shek, y el partido Kuomintang. El triunfo del comunismo no erradicó los problemas de alimentación debido a la improductividad de la colectivización y su principal consecuencia: la escasez.
Es probable que costumbres alimentarias peligrosas, como comer murciélagos, serpientes u otro tipo de alimañas, que ayudaron a la propagación del coronavirus, tengan que ver con esta epidemia, como sucedió con las anteriores.
Los rasgos de totalitarismo que aún persisten en China se vieron también en el silenciamiento forzoso impuesto a los primeros médicos que alertaron sobre el virus y sus riesgos.
Fue una mal calculada reacción de ocultamiento, típica del totalitarismo. Un reflejo chino del criminal silencio inicial soviético sobre el desastre nuclear en Chernobyl, recién reconocido cuando los vientos de Siberia llevaron la radioactividad hasta Europa central.
El único rasgo del totalitarismo con consecuencia positiva fue la capacidad que mostró el Estado chino para limitar la expansión de la epidemia.
Las persecuciones y las capturas por la fuerza de posibles infectados que ofrecían resistencia, constituyeron escenas de distopía. Igual que las calles vacías de inmensas urbes puestas en cuarentena.
En las sociedades europeas y demás democracias occidentales, el Estado tiene límites para establecer semejante control sobre la sociedad.
En materia de persecución y enclaustramiento, el totalitarismo es más eficaz que el Estado de Derecho.
Es posible que el gobierno de la República Popular no esté mostrando al mundo todo lo que ocurre en torno al coronavirus. Por caso, en Xinjiang se empiezan a escuchar denuncias graves. Este territorio autónomo del noroeste del país está habitado mayoritariamente por la etnia uigur, pueblo turcomano y musulmán, que ha sido blanco de brutales represiones del régimen.
Algunas voces disidentes están advirtiendo que en los “campos de reeducación”, donde se recluyen a cientos de miles de personas, el Estado no ha tomado las medidas precautorias.
Mientras en las ciudades de Xinjinag la dureza de las persecuciones y cuarentenas sería aún mayor que en el resto del país, quizá por constituir formas de represión disfrazadas de emergencia sanitaria, en los “campos de reeducación”, viejo eufemismo para llamar a los campos de concentración, se podría estar buscando que la epidemia cause el mayor número de muertes posibles en la disidencia uigur.
Posiblemente sean exageraciones, como las tantas que están recorriendo el mundo junto con la expansión de la epidemia del coronavirus. Pero el régimen chino tiene oscuros antecedentes en materia de persecuciones y represión.