Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. Están fallando los gobiernos que eternizan cuarentenas por el coronavirus sin administrarlas adecuadamente en pos de sostener sus economías. Pero también están fallando las dirigencias que caen en la demagogia “libertista” de no cuestionar la indolencia social de multitudes, a pesar de los contagios que generan y que causan muertes y daños económicos gravísimos.
En la Argentina, una cosa es cuestionar la falta de previsión del Gobierno sobre los médicos de terapia intensiva o el mal pago que reciben los que están en la primera línea del combate a la pandemia.
Otra cosa es decir que el Gobierno “le echa la culpa a gente” cuando señala la grave inconducta de sectores de la población que sabotean el distanciamiento social para divertirse o porque están “hartos”.
En todo el mundo están señalando esa actitud indolente y sus graves consecuencias. Y también en todo el mundo hay dirigencias demagógicas que encubren esa desaprensión tan grave hacia la pandemia del coronavirus.
El retorno de Israel a un confinamiento estricto es revelador. A pesar de protestas de la sociedad y de la presión empresaria contra las medidas restrictivas, el Ministerio de Salud determinó durante tres semanas el cierre de centros comerciales, negocios no esenciales, hoteles y colegios.
Los israelíes no podrán ir más allá de los 500 metros de sus casas ni tener reuniones de más de 10 personas. Y cumplidas las tres semanas, el confinamiento se prolongará si los contagios no bajaron de los mil diarios.
Lo más revelador es que las autoridades de la Salud Pública señalaron “el comportamiento de la gente” como una de las principales causas de este retroceso, en un país cuyo gobierno y sistema sanitario habían tenido un notable éxito en el inicio de la pandemia.
No todas las dirigencias se atreven a señalar las inconductas masivas que impiden contener la peste del Covid-19. Por demagogia, tienden a actuar como cómplices.
La mayoría de los gobiernos del mundo carecieron de campañas de concientización sobre las consecuencias que tienen las violaciones al distanciamiento social.
Israel tiene una sociedad particularmente inteligente y disciplinada, que le impuso habitar un país que, desde su nacimiento en 1948, tiene su existencia amenazada por los países que lo rodean.
Si una sociedad de esas características muestra masivas inconductas por inconsciencia sobre la pandemia o indolencia frente a las víctimas que provocan las escaladas de contagios, se confirma que tales inconductas son uno de los mayores problemas para vencer al coronavirus en el mundo.
La diferencia es que en la mayoría de los países, con excepción de China y otros estados autoritarios que impusieron control social mediante brutales razias, los gobiernos y las dirigencias de países democráticos tienden a caer en la demagogia de no cuestionar abiertamente a la gente que viola de manera sistemática y frívola el distanciamiento social.
Una cosa es apostar a la responsabilidad de las personas y otra, al silencio cómplice con los sectores que perjudican al resto por actuar de manera desaprensiva.
Por los daños a la salud y a la economía que causan, las sociedades son víctimas de esas franjas multitudinarias en las que son mayoría los jóvenes.
Lo que están diciendo los médicos israelíes, como sus colegas de muchos rincones del planeta que están dejando el alma en estresadas terapias intensivas mientras hay multitudes que se amontonan a beber, a comer o a bailar, es que algo funciona mal en el mundo.
Así es si, en la mayoría de los países, los hospitales están abarrotados de gente, pero las playas y los bares también.