Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. El discurso de Cristina Kirchner en el Senado contuvo todos los aditamentos para retener la fe de sus adherentes, convencidos de que es “una perseguida política” por haber gobernado para los pobres y contra las élites del poder económico. Pero difícilmente haya logrado convencer más allá de ese núcleo duro.
Desde fuera de ese sector, dispuesto a obviar evidencias probatorias abrumadoras, se ve claramente de que el argumento de Cristina Kirchner tiene muchas semejantes con el que esgrime Donald Trump para descalificar a la Justicia que lo acosa con denuncias de corrupción.
Trump también embistió contra el fiscal Mueller, que lo empuja hacia un juicio político; a la prensa, que lo critica y difunde sus desventuras y, por cierto, al Partido Demócrata, al que cuestiona y denuncia de obstruir casi todas sus políticas.
El magnate neoyorkino ataca permanentemente a la prensa diciendo que “miente” y se victimiza describiéndose como “perseguido” por una “cacería de brujas” judicial, precisamente por representar lo que piensa y reclama “el pueblo norteamericano”.
Lo que sucede realmente es que son las evidencias las que van cercando a Trump.
Cualquier similitud con la autodefensa de Cristina Kirchner no es mera coincidencia. Por cierto, la ex presidenta no se compara con el conservador jefe de la Casa Blanca, sino con Lula da Silva. Pero es una comparación falaz.
A Lula se lo encarceló por “dádiva”, no por enriquecimiento ilícito; las demás causas en su contra tienen que ver con un sistema de financiación de la política que lo precede. El argumento para ponerlo entre rejas, luego de que la Cámara ratificara la condena bloqueando su candidatura presidencial, resultan objetivamente endebles.
En el caso del triplex de Guarujá, la delación premiada parece a todas luces no ser un instrumento suficiente. Por el contrario, las pruebas del enriquecimiento ilícito del matrimonio Kirchner son abrumadoras.
El arco populista latinoamericano, tentado a compararse con Lula, omite mencionar las persecuciones que impiden las candidaturas opositoras en Venezuela y Nicaragua.
Humberto Capriles y Leopoldo López son dos de los muchos líderes fuertes de la oposición venezolana que los jueces del régimen de Nicolás Maduro, con procesamientos y prisión, dejaron sin posibilidad de ser candidatos a presidentes.
Es el caso también de Eduardo Montealegre y otros opositores que Daniel Ortega logró eliminar de las competencias electorales en Nicaragua.
El posiblemente injusto encarcelamiento de Lula y su consecuencia inexorable, que es su inhabilitación como postulante a presidente, es comparable con la situación de los líderes perseguidos e invalidados como candidatos por los regímenes de Venezuela y Nicaragua, aunque los encarcelados de Maduro y de Ortega no reciban cartas y rosarios del papa Francisco.
En el discurso victimizador de Cristina Kirchner jamás aparecen los muchos otros casos latinoamericanos de procesados y encarcelados por corrupción. Mientras ella se victimizaba en el Senado, el actual presidente de Guatemala, Jimmy Morales, del derechista partido Acción por el Desarrollo Nacional (ADN), perdió sus fueros por decisión de la Corte Suprema de Justicia, al dictaminar el antejuicio del mandatario por presunto financiamiento ilegal de su campaña electoral.
En esas mismas horas, el Ministerio Público de Costa Rica inició una acción penal por supuesta prevaricato contra el ex presidente Oscar Arias, un “prócer” liberal que ganó el Premio Nobel de la Paz por su aporte clave en la pacificación de América Central.