Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. Miguel Díaz-Canel llegó a la presidencia de Cuba porque no cometió los errores de otros dos elegidos por los hermanos Castro para ocupar la jefatura de Estado. En términos formales y protocolares, cometieron errores que los hicieron quedar descartados. ¿Qué sucedió con las aspiraciones de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque? ¿Podrá Díaz-Canel eludir la influencia de Raúl Castro?
En la primera década del siglo 21, el entonces vicepresidente Carlos Lage tenía el respaldo de Fidel Castro y la aprobación de Raúl, pero su candidatura se evaporó misteriosamente. Entonces, cobró fuerza el nombre del canciller Felipe Pérez Roque. Y la historia se repitió. Pasó de golpe del centro de la escena del poder al ostracismo.
¿Qué error habían cometido? Mostrarse demasiado, no contener sus ansias y dejar a la vista vigorosas ambiciones de poder. Al menos eso dio a entender Fidel Castro, quien dijo -en una nota que publicó en la portada del Granma– que habían despertado demasiadas expectativas en Estados Unidos.
Díaz-Canel espero paciente y calladito, conteniendo la ansiedad y sobreactuando desinterés por el cargo que ocupaba Raúl Castro, del cual era su vicepresidente.
Díaz-Canel no es el primer jefe de Estado que no se llama Castro Ruz en la Cuba de la revolución. El primero fue el liberal Manuel Urrutia. Asumió cuando el dictador Fulgencio Batista fue vencido por los milicianos que habían iniciado su rebelión en 1953. Apenas siete meses después, renunció por no aceptar ser títere de quien acaparaba vorazmente todos los resortes del poder: Fidel Castro.
Urrutia se exilió y lo suplantó en la presidencia Osvaldo Dorticós, quien ocupó el cargo hasta 1976. Pero adentro y afuera de la isla, todos sabían que no gobernaba, porque el dueño del poder era Fidel. Incluso, tanto su hermano Raúl como cualquier otro alto jefe del Ejército, tenían más poder real que esa figura decorativa que lucía el cargo de presidente. Dorticós vino a la Argentina cuando asumió Héctor Cámpora, el 25 de Mayo de 1973.
Dos preguntas están sobrevolando la isla caribeña: ¿Díaz-Canel será otro Dorticós? ¿O intentará ejercer de verdad la presidencia?
Si Díaz-Canel opta por intentar gobernar, no la tendrá para nada fácil. Sucede que Raúl Castro no se retiró a cuarteles de invierno, sino al cuartel donde funciona la Jefatura del Ejército. Y, además del mando militar, permanecerá al frente de la Secretaría General del Partido Comunista. En esos despachos está el poder real.
A esta altura de la decadencia de la economía cubana, con Fidel muerto y con Raúl envejecido, a Díaz-Canel no le sería imposible empezar desde mañana mismo a construir un poder propio. Así como hay muchos burócratas aferrados a sus parcelas desvencijadas de privilegios, también hay muchos conscientes del lento pero inexorable naufragio del modelo castrista.
Ellos esperan del nuevo presidente lo que los reformistas esperaban de Mijaíl Gorbachov, el primer líder soviético nacido después del Octubre Rojo de 1917.
Díaz-Canel nació en 1960, después de la gesta de la Sierra Maestra y de la entrada triunfal en La Habana. Siempre mostró veneración por esa mitología con hitos como el ataque al Moncada, la travesía del Granma y la resistencia triunfal a la invasión por Bahía de Cochinos.
Díaz-Canel quizá entienda que resulta indispensable cumplir con las metas de apertura y reforma que Raúl Castro había prometido y después cumplió a medias.
El hermano menor de los Castro llevaba años intentando convencer a Fidel de la necesidad de seguir por el camino vietnamita, donde la economía renació a partir de la aplicación de la “Doi Moi”, que en lengua viet significa “renovación” y que en los hechos fue reemplazar el colectivismo de planificación centralizada por la apertura a la inversión privada, interna y externa, con reglas de mercado.
Cuba está en su hora cero. Nada se puede descartar. Ni que Díaz-Canel sea otro Nicolás Maduro, el heredero de Hugo Chávez que se aferró aún más ciegamente que su mentor a la ideología y hundió a Venezuela en una trágica bancarrota.
Ni que sea como Joaquín Balaguer, aquel oscuro mandadero del siniestro Rafael Trujillo, que ni bien murió el dictador dominicano, puso fin a uno de los regímenes más criminales de Latinoamérica.
Que el nuevo presidente de Cuba haya asumido el cargo diciendo que será “fiel al legado de Fidel Castro”, no quiere decir necesariamente que su intención es un continuismo lineal del modelo castrista. Nadie en su lugar hubiera podido decir otra cosa.
Del mismo modo que nadie puede llegar a donde llegó sin mantener la cabeza gacha y diciendo “sí” a todo lo que diga y proponga Raúl Castro.
La pregunta es si elegirá seguir el rumbo actual o querrá tener sus propias alas. Si elige lo segundo, la pregunta es si logrará el objetivo y se convertirá en el auténtico gobernante de Cuba, o terminará renunciando para no ser un títere, como hizo Manuel Urrutia en 1959.