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Por Claudio Fantini. El papa Francisco se recibió de estadista. Al deshielo lo inició Juan Pablo II, con un viaje a la isla en 1998. Y ahora el pontífice argentino agregó el estímulo y la facilitación de este giro histórico entre Estados Unidos y Cuba.
Pero, más allá de estos aportes, y de los que igual o más significativos realizaron gobiernos como el de Canadá, el paso que dieron Barack Obama y Raúl Castro fue la consecuencia de dos fracasos: el del modelo económico castrista y el de la política norteamericana hacia la isla.
El histórico paso fue la consecuencia de dos fracasos: el del modelo económico castrista y el de la política norteamericana hacia la isla. Y el envejecimiento del odio y del amor que generó el castrismo.
El modelo económico adoptado por Fidel Castro, al incorporarse al bloque soviético, nunca funcionó sin un sostén externo. Primero, fue una economía subsidiada por la Unión Soviética, cuya desaparición hundió a la isla en el quebranto y trajo la primera apertura a capitales privados, que se dio en la década de 1990 con el nombre de “Período Especial”.
Luego, vino el subsidio chavista merced al petróleo venezolano. Pero desde que las arcas de Venezuela empezaron a decaer por el agotamiento de PDVSA. Proyectos de asistencia como “Petrocaribe”, empezaron a declinar y el fracaso de la economía castrista volvió a imponer todo su rigor. Esto, llevó a Raúl Castro a relanzar su proyecto de apertura económica inspirada en la “Doi moi” (apertura al capitalismo de la economía vietnamita), y también del modelo chino impuesto por Deng Xiaoping.
A esto que se sumó otro dato de la nueva realidad: su dogmático hermano Fidel ya no tiene salud ni energía para obstruir la reforma económica, como lo hizo en el pasado.
El otro fracaso es el del embargo. Más de medio siglo sirviendo solamente como justificación para el fracaso económico castrista, imponían un cambio de eje en la política de Washington hacia La Habana.
Pero hay otro factor determinante: el envejecimiento del amor y el odio que generó el castrismo.
Las nuevas generaciones del exilio cubano no tienen el odio al castrismo que tenían sus padres y abuelos, mientras que las nuevas generaciones de cubanos que viven en la isla no tienen por el régimen el amor de sus padres y abuelos nacidos antes de la Revolución.
Silvio Rodríguez padre y Silvio Rodríguez hijo son un claro ejemplo de este choque generacional en la isla. Silvio Rodríguez padre es castrista y Silvio Rodríguez hijo (el rapero “Silvito el Libre”) es disidente.
Esa nueva realidad generacional, tanto en la isla como en el exilio, sumado a los otros dos fracasos, explican el paso histórico que se atrevió a dar Barack Obama y acompañó Raúl Castro.