Por Claudio Fantini. Un ataque de pánico en Londres tuvo, durante varios minutos más repercusión en la prensa occidental que la peor masacre perpetrada en Egipto: más de 300 muertos. En el corazón de la capital británica, el pánico corrió y movilizó a centenares de policías ante la posibilidad de un atentado. Una falsa alarma que prueba que ISIS está logrando lo que anunció para las naciones europeas: no podrán vivir ni transitar en paz.
Fue otro golpe de Wilayat Sina, la organización ultraislamista surgida de la milicia beduina Ansar Bitar al-Maqdis, que en el 2014 juró lealtad a ISIS (Estado Islámico).
El escenario de esta masacre es la región donde los terroristas y también la política de tierra arrasada que lleva adelante el presidente Al Sisi, llevan años atormentando y matando a la población de la franja desértica que rodea a la ciudad de Al Arish.
El blanco del atentado fue el sufismo. La masacre lleva el sello de las vertientes salafistas que ven apostasía y herejía en todo lo que no responda a su versión intolerante y cerrada del Islam, por lo que consideran al sufismo una corriente herética que debe ser erradicada del mundo musulmán.
El ultraislamismo aborrece a los sufíes porque esa vertiente mística del Islam reverencia santos y posee santuarios, lo que es visto como una desviación idolátrica contra la iconoclasia que predicó el profeta del Corán.
Detrás de las bombas y los fusiles que masacraron a casi 300 personas en una mezquita sufí, estarían las milicias que actúan en nombre del Estado Islámico en la Península del Sinaí. Las mismas que, en 2015, derribaron un avión de turistas rusos que acababa de despegar de Sharm el-Sheij hacia San Petersburgo.
También fueron terroristas ligados a ISIS los que masacraron a 30 coptos en una iglesia cairota de esa minoría cristiana. Los coptos son otro de los blancos del ultraislamismo salafista. En 2011, mataron a 21 fieles dentro de una iglesia de Alejandría y, este año, la comunidad cristiana más antigua del mundo árabe sufrió una masacre en la gobernación de Minya y atentados durante el Domingo de Ramos.
El hecho es que la masacre en la mezquita sufí Al-Rawda, en Bir al-Abed, es una más en la larga lista de sangrientos atentados perpetrados en Egipto. Desde la radicalización de la Hermandad Musulmana con el ascenso de Sayyib Qutb al liderazgo, comenzaron los actos de violencia terrorista.
Entre los más brutales, se destaca la masacre de turistas en Deir el-Bahair, sitió arqueológico donde existió el templo de la reina Hatshepsut, en Luxor. La agrupación Al-Gama al-Islamiya se adjudicó aquel atentado que dejó más de 6′ muertos.
En el 2005, la Brigada Abdullah Azzam, que se identificaba con Al Qaeda, lanzó una ola de atentados en Sharm el-Sheij que dejó casi un centenar de muertos en ese concurrido balneario sobre el Mar Rojo.
Prácticamente no ha transcurrido un año sin que el terrorismo hiciera correr sangre en Egipto. No lo detenía el régimen autocrático de Hosni Mubarak, ni lo detiene el actual gobierno, encabezado por el mariscal Abdelfatá al Sisi y que se originó en el golpe de Estado que derribó al presidente islamista Mohamed Morsi.