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Por Claudio Fantini. En las próximas horas habrá un nuevo test de calidad dirigencial. Si el Gobierno “galtieriza” el default o si la oposición utiliza el paso que decida el Gobierno para arrojarlo en su contra, sea cuál fuere, el resultado del test es preocupante.
Por el contrario, el resultado sería bueno si ambas partes se privan de utilizar el caso como artillería de propaganda.
Las señales previas no son buenas. El maniqueísmo falaz del “patria o bruitre” fue el primer fogonazo del arsenal propagandístico, si Cristina Kirchner decide que el default sea la pólvora propagandística de su última “batalla heroica”.
Los presidentes de Uruguay, Brasil, Venezuela, Argentina , Paraguay y Bolivia frente al monumento a Bolívar en Caracas | Foto: www.infobae.com
En el terreno opositor también se vieron señales de que, sea cual fuese la decisión final, se la usará como arma arrojadiza, algo que sólo se justificaría si el Gobierno comete la vileza (y muy probablemente lo hará) de alimentar la propaganda con patriotismo de utilería.
En ambos bandos, enconadamente enfrentados, hay público gustoso de abrazar convicciones totales. En rigor, la Argentina siempre está abrazada a certezas absolutas que siempre dejan a la vista la fragilidad de esas convicciones.
Un ejemplo futbolístico de estas horas está en Alejandro Sabella, quien finalmente renunció a dirigir el equipo argentino. No obstante, el país estuvo semanas pendiente de que el técnico de la Selección Argentina cambiara el ❝no❞ por un ❝sí❞ a la oferta de que continuara dirigiendo el equipo nacional. Como si se tratara de un genio indiscutible de cuya decisión depende el éxito o el fracaso del seleccionado. Posiblemente lo sea, pero lo seguro es que la convicción que se instaló en los dos últimos partidos evidencian esa fragilidad que caracteriza a ciertas certezas totales a las que suele aferrarse el país.
Al fin de cuentas, si el pie de Mascherano no hubiera desviado casi en la línea el disparo del holandés Robben, Sabella habría pasado al olvido en la semifinal. Y si Messi no hubiera sacado de la galera un gol de ultimísimo segundo contra el mediocre seleccionado iraní, el técnico habría sido sepultado en críticas y descalificaciones.
También en cuestiones políticas del odio al amor hay una distancia ínfima. Precisamente, sobre esa fragilidad de las convicciones opera la propaganda.