Por Claudio Fantini. Mauricio Macri parece haber tomado la decisión correcta: aceptar que lo único que puede hacer en las actuales circunstancias: dejar de actuar como candidato para actuar como presidente. Si Hernán Lacunza consigue estabilizar el dólar en los meses que aún faltan hasta la elección, y hasta el final del actual mandato, el flamante ministro de Hacienda habrá logrado la epopeya de que no se produzca un colapso económico.
El éxito de su gestión no tendrá que ver con que Macri sea reelegido, lo que hoy parece extremadamente difícil, sino con evitar que la economía cause daños aún mayores de los que causó a partir del día después de las PASO.
Los daños fueron amplificados por la inacción del Banco Central en el «lunes negro» ante la presunta decisión presidencial de dejar correr la suba del dólar, y aparecer recién al cierre de los mercados para describir el tembladeral como un castigo divino al “pecado” cometido en las urnas.
Que recuperar la estabilidad cambiaria para evitar colapsos mayores sea una epopeya, no quiere decir que sea imposible. Quiere decir que su eventual autor tuvo un gesto heroico: aceptar hacerse cargo del timón del Titanic después de haber impactado contra el témpano.
Al momento de esa aceptación ni siquiera estaba claro qué es, específicamente, lo que puede considerarse un “éxito”. Lo único claro es que el llamado tardío y desesperado al que respondió con más heroísmo que ambición, es otra señal del abrupto viraje de Macri tras la apabullante derrota que encontró en las urnas.
Lacunza no es un liberal ortodoxo como Dujovne, sino un liberal pragmático y abierto a tomar medidas heterodoxas cuando las considera necesarias.
Con un pragmatismo heterodoxo dentro de la economía liberal, Lacunza pasó con éxito por el Banco Ciudad, además de cumplir funciones como gerente general en el Banco Central en tiempos de Néstor Kirchner, y de haber estado cerca de Sergio Massa.
Gozaba de prestigio y reconocimiento en todo el arco político cuando Macri designó a Dujovne como ministro de Hacienda. Dujovne era la carta para abrazarse al FMI, dejando definitivamente de lado el consenso de políticas con la oposición.
Llamar a Lacunza para que timonee en la tempestad un barco seriamente dañado por la situación en la que desembocó la gestión de Dujovne, fue una decisión correcta, aunque también equivale a reconocer, de manera tardía, que el rumbo que se había elegido no era correcto.