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Por Claudio Fantini. Financiamiento y obra pública para gobernaciones y municipios peronistas, a cambio de los instrumentos de gobernabilidad que necesita Mauricio Macri: incluidos endeudamiento y otras cuestiones que chocan de frente con supuestos principios inamovibles del kirchnerismo, fue el pedido de Miguel Pichetto, la «llave» para destrabar en el Senado los proyectos oficiales.
Debió al menos sonrojarse Miguel Pichetto al dar a conocer al Gobierno nacional la condición para que la mayoría peronista del Senado no lo obstruya.
Si bien el chantaje político no es nuevo en la Argentina, se supone que el Congreso está para debatir desde las distintas posiciones que la sociedad evidenció a través de su voto, y no para negociar poder a cambio de poder, prescindiendo de los principios y posiciones que las diferentes bancadas deben representar.
Pero la impudicia del planteo no es el dato más revelador. Lo más significativo es que se presenta como señal de que el peronismo estaría empezando a “descristinizarse”. Para la viuda, que guía la “resistencia” desde su feudo patagónico, lo único válido es la beligerancia contra el Gobierno, al que considera una continuidad tardía de la dictadura de Videla y del plan de destrucción económica que aplicó Martínez de Hoz hace casi 40 años.
Cristina Kirchner no quiere negociar ni siquiera la salvación de su cuñada en la quebrada Santa Cruz. Para el kirchnerismo, lo único aceptable es bombardear a Macri hasta convertirlo en la cabeza de un Gobierno muerto, que vegete hasta la próxima elección en medio de un caos insoportable, o que sea removido en comicios adelantados.
Pichetto, en cambio, ha planteado una regla para el acuerdo en base al mismo esquema que inauguró Néstor Kirchner, con la diferencia de que en la década K se exigía a los beneficiados la adhesión total al liderazgo nacional, incluyendo veneración pública, defensa cerrada y movilización de militantes a Plaza de Mayo, cuando Cristina quería darse un baño de multitudes.
El proceso de “descristinización” parece inexorable. ¿Por qué no se da velozmente? La respuesta es que la ex presidenta aún tiene gravitación sobre el vasto espacio peronista.
Mientras gobernó, impuso su liderazgo a los caciques combinando el palo y la zanahoria. El palo era la excomunión con deshonra pública y linchamiento en el paredón mediático, mientras que la zanahoria era el torrente de dinero para financiar déficit y obra pública. Ya no tiene la chequera para imponer alineamiento, sin embargo, el otro brazo de su poder aún funciona. Se trata del miedo que logró imponer en el peronismo.
Axel Kicillof acaba de decir que el kirchnerismo volverá al poder, y no se trata de una fanfarronada lanzada porque sí. Se trata de una advertencia para paralizar a quienes quieran sacar los pies del plato. El fantasma del retorno promete oprobios bíblicos, ejecutados por una experta en castigar y maltratar, lo que mantiene presente el miedo a Cristina.
El proceso de “descristinización”, aunque parezca inexorable, se va desarrollando de manera lenta, espasmódica y titubeante.