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Por Claudio Fantini. Que Jair Bolsonaro se haya contagiado de un virus, cuyo poder de propagación ridiculizaba, resulta una bofetada sobre su imagen pública. El caso del presidente de Brasil es en términos políticos más grave que el de Boris Johnson, su par de Gran Bretaña, quien también había minimizado la gravedad de la pandemia. Tras contraer coronavirus, la tomó muy en serio y adoptó de manera tardía medidas sanitarias.
Es difícil imaginar que Jair Bolsonaro cambie su actitud por el hecho de haberse infectado. A diferencia del líder inglés, que inicialmente no tuvo conciencia de la gravedad del flagelo, pero tampoco había incurrido en negacionismo, el presidente de Brasil se dedicó sistemáticamente a negar el problema y a sabotear las cuarentenas, el distanciamiento social y otras medidas sanitarias, como el uso de barbijo.
Bolsonaro no sólo desertó de la obligación de coordinar desde el gobierno central las acciones en todos los estados, sino que hizo del gobierno federal un obstáculo que complicó a los gobernadores estaduales.
El coronavirus afectó la salud de Bolsonaro, poniéndolo en sintonía con la salud política de su gobierno y con la salud institucional del país.
Fueron precisamente sus actos y acciones dedicados a sabotear las medidas para reducir los contagios y las muertes que causa el coronavirus, la principal causa de su enfrentamiento con el Supremo Tribunal Federal (STF). Celso de Mello, uno de los miembros de la máxima instancia de la Justicia en Brasil, llegó a advertirle que no incurra en acciones “genocidas”.
Bolsonaro necesita atravesar la enfermedad de pie. Algo posible, pero no seguro. Con 65 años, existe el riesgo de que, como Boris Johnson (56), deba pasar por una unidad de cuidados intensivos.
El presidente de Brasil necesita desesperadamente que el coronavirus no lo ponga en estado grave. Necesita que, al menos en su propio cuerpo, no sea más que una gripesinha, como llamó a la enfermedad.
Aunque, por cierto, atravesar este trance sin llegar a terapia intensiva, no le daría la razón. Sólo le haría menos humillante la derrota que le implicó el contagio, porque expone crudamente la consecuencia de sus irresponsabilidades.
No hacía falta que contrajera la enfermedad para que esa irresponsabilidad sea visible. Ya la estaba exhibiendo la virtual anulación del Ministerio de Salud en plena pandemia.
Saboteó y terminó echando al médico que lo encabezaba, Luiz Enrique Mandeta. Luego echó a su reemplazante, el oncólogo Nelson Teich, porque también defendía la cuarentena y el distanciamiento social. Y en momentos en que Brasil naufraga en cifras catastróficas de contagios y muertes, ese ministerio clave en tiempos de pandemia, quedó en manos de un militar sin conocimientos en materia de salud pública.
Brasil es el segundo país en número de muertes en el mundo, detrás de Estado Unidos y delante del Reino Unido.
No es la única área lanzada a la deriva. El Ministerio de Educación estuvo en manos de un colombiano extremista, Ricardo Vélez, al que reemplazó por un fundamentalista evangélico, Abraham Weintraub, quien debió renunciar por el video que lo mostró insultando a los jueces supremos.
Su último elegido no pudo asumir porque se descubrió que había mentido sobre los títulos de posgrado supuestamente otorgados por la Universidad de Wuppertal, la Fundación Getulio Vargas y la Universidad de Rosario. Los centros de altos estudios desmintieron a Carlos Decotelli, el elegido de Bolsonaro.
El coronavirus afectó la salud de Bolsonaro, poniéndolo en sintonía con la salud política de su gobierno y con la salud institucional del país.