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Por Claudio Fantini. Las coberturas que los medios electrónicos del mundo hacen de las giras papales están a cargo, por lo general, de periodistas católicos que informan más como católicos que como periodistas. Así, las transmisiones se vuelven puramente emotivas.
Tratándose de religión, es lógico que predomine lo emocional, pero no es periodísticamente sano que deje sin lugar a lo racional.
Nada se discute, nada se analiza, nada se debate. Locutores, conductores y periodistas repiten como un mantra, igual que la muchedumbre excitada por la que pasan los micrófonos callejeros, la exaltación de la humildad del Papa Francisco.
¿Qué falta debatir?
En la repetición de la humildad y del contacto con la gente, ¿no hay una contraposición velada o implícita hacia Benedicto XVI? Es injusto y erróneo. Ciertamente, Joseph Ratzinger no era un cura de parroquia sino un intelectual de claustro y biblioteca. Pero eso no es un defecto ni un pecado. Es un rasgo. Además, Ratzinger no era soberbio y arrogante, sino tímido.
Lo mejor que está haciendo el papa Francisco desde que asumió el trono de Pedro, es continuar la lucha por purificar la Iglesia que había iniciado su antecesor.
Bergoglio mantuvo la tendencia a descorrer velos de impunidad para revertir la gangrena de la pedofilia y redobló la embestida contra la corrupción en las licitaciones vaticanas y en el Instituto de Obras Religiosas (IOR).
No debilita a la Iglesia debatir todos los aspectos de una gira papal. Por caso, en Brasil el Papa se pronunció contra la despenalización de las drogas. ¿Está bien? Es lógico que se pronuncie contra la drogadicción. Supongo que también se pronunciará sobre el alcoholismo, pero no propone la ilegalización del alcohol.
El modo de combatir la droga es algo que corresponde al Estado, no a la religión. Brillantes estadistas de la región, como Fernando Henrique Cardoso, promueven la despenalización. También lo hicieron el ex presidente de Colombia César Gaviria, y sus pares de México, Ernesto Zedillo y Vicente Fox, países donde la ilegalidad provoca una guerra con miles de muertos y horror.
No es una cuestión ideológica. El presidente guatemalteco, Otto Pérez Molina, es un militar experto en lucha contra el narcotráfico y promueve la legalización, convencido de que, restando poder económico y militar a los narcos, debilitaran también la producción, la distribución y el consumo.
Ninguno lo propone para fortalecer la drogadicción, sino por lo contrario. Pero la cuestión de fondo es si hace bien a la política y a la Iglesia la incursión pontificia en temas que deben ser debatidos en los parlamentos, no en los altares. Una religión expresa a una comunidad religiosa, mientras que las leyes del Estado expresan a la totalidad de una sociedad, en la que hay diversidad de creencia y también agnosticismo.
Dejar aunque sea un poquito de lado la emoción y el éxtasis religioso a la hora de informar (aunque en televisión vende más lo emocional), no debilitará a la religión sino que fortalecerá al periodismo. ●
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