Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. ¿Merece Barack Obama el castigo que recibió? ¿Merece el Partido Republicano una de las victorias electorales más amplias de la historia? Con el manejo de la Cámara de Representantes, los conservadores practicaron un obstruccionismo sofocante al gobierno de Estados Unidos.
De tal modo, cabe suponer que ahora, con el control de las dos cámaras legislativas, intentarán la parálisis total de la administración federal.
La realidad es que el abrumador triunfo que obtuvieron en las elecciones legislativas y de gobernadores, otorga a los republicanos un poderío preocupante, dado el nivel de radicalización que alcanzaron en estos años de inmensa gravitación del Tea Party.
No se puede descartar, incluso, que los sectores más extremistas estén pensando en crear las condiciones que obliguen a Obama a renunciar antes de cumplir su mandato en enero de 2017.
Al revés de la Argentina, donde desde el poder político se buscó por todos los medios dividir la sociedad en dos bandos enfrentados, en Estados Unidos fue la oposición la que irradió un discurso ideologizado y maniqueo, que demonizó al gobierno demócrata y cavó trincheras en la sociedad.
El tamaño de la derrota demócrata no se condice con los resultados de la gestión Obama. En rigor, se trató del triunfo de la radicalización sobre la moderación.
Obama ha sido, fundamentalmente, un moderado. A todos los problemas buscó encararlos desde posiciones intermedias y mediante consensos que los republicanos rechazaron. El resultado, si bien módico, no ha sido malo. Incluso, en algunos rubros fueron notoriamente buenos.
Por caso en la economía. Está claro que la última administración republicana había dejado un escenario devastado por el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera. Y también está claro que la economía norteamericana salió de la recesión y empezó a crecer, mientras que Europa continúa, en buena medida, estancada.
Parado en un punto medio entre la ortodoxia de Angela Merkel y el neokeynesianismo duro del Premio Nobel Paul Krugman, el presidente norteamericano logró poner nuevamente en marcha el crecimiento y la creación de empleos.
También buscó posiciones moderadas, que se contraponen al belicismo imperial de su antecesor republicano, George W. Bush, en escenarios conflictivos. No invadió ni involucró fuerzas norteamericanas en Libia, donde fueron británicos y franceses quienes colaboraron de manera directa con la caída del régimen de Muhamar Khadafy.
El talibán sigue activo, pero Afganistán tuvo elecciones y del voto surgió un gobierno más fuerte y estable que el que encabezaba Hamid Karzai. Mientras que el régimen sirio comenzó a entregar sus arsenales químicos tras la amenaza de acciones militares que hizo Obama, y el gobierno de los ayatolas iraníes está sentado, por primera vez, en una mesa de negociación sobre el futuro de su proyecto nuclear.
Es posible que la historia tenga otra mirada distinta de la que predomina en la actualidad en los Estados Unidos sobre el primer presidente negro. Hoy, se describe su política frente al terrorismo como si no hubiera ocurrido la muerte de Osama Bin Laden a manos de comandos de elite de la Navy Seal.
Quizá a los norteamericanos les ocurra con Barak Obama lo que a los argentinos con Arturo IIlia: lo demolieron a críticas y permitieron su caída, pero con el paso de las décadas descubrieron que había sido un buen gobernante en un país histérico, que se adentraba en una oscura deriva por preferir la radicalización a la moderación.