Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. Argentina está aportando a la región un buen ejemplo de cómo deben actuar los gobiernos ante un imperativo dramático como el que impone el coronavirus al mundo. La postal de Alberto Fernández con Horacio Rodríguez Larreta, en una mesa de trabajo, resume la sensación dominante: tanto el presidente como los principales exponentes de la oposición están actuando a la altura de las circunstancias.
Más allá de los errores y las contradicciones en que puedan incurrir, algo lógico en un escenario sin precedentes, Fernández y Rodríguez Larreta están irradiando serenidad al expresarse en un lenguaje despolitizado y al mostrar colaboración y armonía en la clase dirigente.
Si logran mantener esa actitud durante estos duros meses, podrían consolidarse sus respectivos liderazgos y podría mejorar significativamente la imagen de la clase política, al menos en los dos principales espacios políticos.
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La guerra más extraña de la historia requiere en los escenarios políticos del mundo entero lo mismo que requiere en cada hogar: héroes de la sensatez, la serenidad y la sensibilidad.
Como timoneles en una indescifrable tempestad, los gobernantes y también sus opositores están obligados a la máxima responsabilidad, a la máxima razonabilidad y a la máxima templanza.
Trump en EE.UU., Bolsonaro en Brasil y Ortega en Nicaragua han dado muestras de no estar a la altura de los desafíos que impone el coronavirus.
Lo que implica la ausencia de estos rasgos está siendo exhibido por algunos gobernantes del mundo. El ejemplo más cercano es el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien expuso de manera patética la distancia que lo separa de la estatura mínima del estadista.
Primero, llevó al terreno el “negacionismo” del coronavirus, de igual modo que despliega el negacionismo del calentamiento global. Lo que demoró en comprender la nueva realidad, la forma insultante en que atacó a quienes consideraba “alarmistas” y la irresponsabilidad negligente que mostró al convocar un acto político con gente apretujada, fueron impúdicas, pero aleccionadoras muestras, de lo grave que es poner al mando a quien no está a la altura de semejante desafío.
El presidente brasileño quedó en el mismo nivel que Daniel Ortega, el déspota nicaragüense, quien -tras haber matado a centenares de opositores en el último año de protestas contra su gobierno autoritario- tuvo una iniciativa tan descabellada como reveladora de su ineptitud mental y moral: convocó a una multitudinaria marcha para que los nicaragüenses se “abracen y estén cerca”.
La lista de inútiles e irresponsables es más larga, pero alcanza con señalar entre los que se destacan como líderes poco calificados a Donald Trump, quien también demoró en actuar por minimizar el riesgo existente y por priorizar que nada afecte la marcha de la economía, a la que percibe como su ruta segura hacia la reelección.
Chicanear a la superpotencia asiática hablando del “virus chino” resulta inconcebible. También la respuesta del presidente Xi Jinping haciendo que China avale indirectamente o implícitamente una teoría conspirativa que acusa a Estados Unidos de haber creado el virus en su territorio y haberlo plantado en Wuhan.
Washington y Beijing parecen involucrarse alocadamente en una “guerra fría”, en un momento en el que la historia reclama colaboración y entendimiento entre los países más poderosos, para rescatar la especie humana de este inquietante trance.