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Por Claudio Fantini. La polémica conferencia del precandidato presidencial norteamericano Donald Trump y una deportación masiva de colombianos ordenada por Nicolás Maduro, tuvieron algo en común: el silencio bochornoso de quienes debieran reaccionar y denunciar.
En Iowa, Donald Trump ordenó a un robusto guardaespaldas sacar prácticamente a empujones de su conferencia de prensa a un periodista mejicano. ¿La razón? Lo enfureció lo que le preguntaba.
Jorge Ramos es un famoso reportero de la cadena Univisión. Levantó el tono de sus preguntas ante la barbaridad que estaba proponiendo el magnate inmobiliario: expulsar también a los niños que hayan nacido en Estados Unidos si son hijos de extranjeros sin papeles, lo que viola abiertamente la enmienda 14 de la Constitución de los Estados Unidos, que otorga la ciudadanía a quienes nacen en suelo norteamericano.
Trump eludió el debate, ordenando que saquen al periodista de la sala. A esta altura de los exabruptos xenófobos manifestados por el aspirante republicano a la Casa Blanca, lo que hizo no fue lo peor de lo que ocurrió. Más terrible fue el silencio de otros periodistas, que siguieron preguntando sin indignarse ante esa muestra de violenta censura y discriminación.
Ese silencio cómplice y vergonzoso está en las antípodas de la actitud de los periodistas que impidieron a Ronald Reagan una jugada tramposa en una conferencia de prensa. El encuentro con los corresponsables en la Casa Blanca estaba organizado de modo que aquel presidente pudiera eludir preguntas incómodas sobre el escándalo que sacudía a su gobierno: el “Irán-contras” (venta ilegal de armas a Irán con envío de los pagos a la guerrilla antisandinista nicaragüense).
Cada periodista podía hacer una sola pregunta, de modo que si el presidente quisiera eludir una interrogación incómoda le respondería cualquier cosa y el reportero no tendría derecho a repreguntar. La pregunta del primer periodista fue de lleno sobre el “Irán-contras”, a lo que Reagan respondió cualquier cosa. Cuando le tocó el turno al siguiente periodista, percibiendo que no había respondido a su colega, le preguntó exactamente lo mismo. Y de igual modo actuaron los siguientes, hasta que Reagan tuvo que responder.
Lejos de aquella capacidad de reacción inteligente y solidaria, los que interrogaban a Trump callaron cuando un matón sacó amenazante a un colega de origen mejicano y preguntas punzantes.
Peor de vergonzoso a la xenofobia de Donald Trump es el silencio de la región ante la deportación de miles de colombianos que llevaban años radicados en Venezuela.
Peor de vergonzoso es el silencio de la región ante la deportación de miles de colombianos que llevaban años radicados en Venezuela. Sin tiempo para embalar sus pocas pertenencias, esa muchedumbre de gente pobre fue expulsada por una orden del presidente Nicolás Maduro, la que fue ejecutada por militares y policías.
Llevando colchones, mesas, heladeras y otras cosas por el estilo, hombres, mujeres, niños y ancianos deportados cruzaron el río Táchira hacia su país de origen. Y los mismos gobiernos y medios latinoamericanos que denuncian (con razón) las deportaciones de mexicanos y centroamericanos que hace Estados Unidos, así como las expulsiones de africanos y árabes del Oriente Medio que intentan llegar a Europa como sea, callan sin ruborizarse si el que deporta brutalmente a gente pobre es el presidente de Venezuela, diciendo que defiende la revolución bolivariana.