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Por Claudio Fantini. Lo único en común entre quienes crearon el nuevo gobierno de Israel, es el deseo de poner fin a la era Benjamin Netanyahu. El único pegamento que intentará mantener unidas a partes tan disímiles, es el hombre que se adueñó de la política israelí durante 12 años y terminó convirtiéndola en una guarida para mantenerse a salvo de los jueces que lo procesaron por corrupción.
Sacar a Benjamin Netanyahu del cargo de primer ministro no es un logro menor.
Tampoco es un logro menor haber unido partidos que van desde el ultranacionalista Yamina hasta un partido de la comunidad árabe-israelí, pasando por agrupaciones de izquierda, como el Partido Laborista y el Meretz.
El mayor logro del nuevo Gobierno será que semejante alianza de fuerzas antagónicas, pueda funcionar de forma estable y capaz de mantener el crecimiento económico.
Es difícil imaginar que consiga estabilidad política y crecimiento económico, pero vale la pena sacar del poder a Netanyahu y enviar un tiempo al llano a su partido, el Likud.
La agrupación debiera recuperarse de esta larga etapa de liderazgo personalista, que terminó siendo sofocante para una inmensa porción de la población.
La economía avanzó vigorosamente y los asentamientos de colonos se multiplicaron en Cisjordania, pero al precio de un personalismo asfixiante, que clausuró toda vía a una solución negociada de la cuestión palestina.
Tan hegemónico fue su dominio político, que la voz del ahora ex primer ministro terminó aturdiendo a la mayoría de los israelíes.
A la nueva coalición de gobierno “no la une el amor sino el espanto”, al punto de que para sacar a Netanyahu aceptaron premiar a un dirigente que ocupará el cargo de primer ministro durante apenas dos años: el ultranacionalista Naftali Bennet.
Su partido, Yamina, tiene apenas siete escaños. Varios de los flamantes socios sacaron más votos que él en la última elección. Pero Bennett no dio el brazo a torcer y exigió para apoyar el acuerdo ser el jefe de gobierno en la primer mitad de la Legislatura en curso.
El gran artífice de la caída de Netanyahu es Yair Lapid, del partido Hay Futuro. Fue ese dirigente centrista el que obtuvo el mejor resultado entre los opositores en la última elección.
Yair Lapid debió ser el primer ministro. Es él quien tiene los votos y el respaldo de las otras fuerzas.
Lapid aceptó esperar dos años para ocupar el cargo porque Bennett exigió gobernar en el primer turno a cambio de no dinamitar la coalición anti-Netanyahu.
Aun
siendo partícipe del histórico acuerdo, que incluye a un partido árabe, el nuevo primer ministro mereció muchos de los insultos de grueso calibre que le lanzaron desde las bancas sus antiguos camaradas ultraderechistas y ultrareligiosos. Está claro que la cuota de grandeza la aportó Yahir Lapid.