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Por Claudio Fantini. En los grandes juicios ocurridos en el mundo, en muchos casos, los acusados eran visiblemente inocentes. En la Argentina es al revés: en los procesos judiciales por crímenes que más atrajeron la atención, los que se sentaron en el banquillo de los acusados eran visiblemente culpables. Sucede en el juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa.
El caso Dreyfus marcó, en los finales del siglo XIX, a Francia por una falsa acusación de traición a la patria, por la venta de secretos militares a Alemania. Al final, fue condenado este militar judío y alsaciano.
A la década de 1920 la marcó la injusta condena a Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, por un doble asesinato en Massachusetts que no habían cometido.
Si algo quedó claro en la farsa del juicio, es que los dos inmigrantes italianos terminaron en la silla eléctrica por ser anarquistas, y no por haber cometido el crimen que les adjudicaron.
En Argentina, los más importantes tuvieron en el banquillo a evidentes culpables.
Por caso, el juicio a las Juntas Militares que cometieron masivas violaciones a los Derechos Humanos, y a “los hijos del poder”, quienes violaron y asesinaron a María Soledad Morales en Catamarca.
El proceso judicial por la muerte de Fernando Báez Sosa ya figura entre los más impactantes de la historia argentina.
Son socialmente considerados culpables los acusados de la muerte de Fernando, que se sigue con total atención y una cobertura periodística sin precedentes.
Y como en el caso de la joven catamarqueña, si se establecieran por aclamación, el veredicto y la condena serían culpables con cadena perpetua.
Al hablar en los alegatos finales, los ocho acusados se mostraron como personas nulas, incapaces de entender la circunstancia propia y la que les impusieron a los familiares de la víctima.
Hablaron con el abogado defensor parado frente a ellos y mirándolos, como mira el maestro al niño que repite una lección.
Los ocho repitieron que lamentaban que haya muerto “un chico de nuestra edad”. Como si la edad fuese el dato clave de lo ocurrido, y no un asesinato brutal, perpetrado cruelmente y a modo de ataque piraña.
El insoportable vacío de esas palabras finales acrecentaron la indignación que provocan en la sociedad, que se unió en el repudio a ese linchamiento.
Equivocados o no sobre lo ocurrido hace tres años en Villa Gesell, esa “unión” de los argentinos en un deseo común, tiene más valor que la “unión” que logró la selección de Messi y Scaloni.
Es fácil unirse en el triunfalismo y en la admiración al virtuosismo de un equipo excepcional.
Lo valioso es unirse para acompañar a un matrimonio paraguayo, que reclama justicia por el hijo asesinado por quienes lo condenaron por “negro de mierda”.
Los argentinos se unificaron en la solidaridad con ese matrimonio humilde llegado de Paraguay.
Equivocados o no sobre lo ocurrido aquella fatídica madrugada, a los argentinos los aglutinó una aversión positiva: el repudio a la brutalidad frívola y al desprecio social en grado de abyección criminal.