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Por Claudio Fantini. La tensión entre Corea del Norte y Estados Unidos, protagonizadas por Kim Jong-un y Donald Trump, puede ser un equivalente actualizado de lo que fue, en 1962, «la crisis de los misiles». El riesgo de una conflagración nuclear vuelve a sobrevolar al mundo, porque el régimen norcoreano ya dio los tres pasos necesarios para ser una potencia atómica.
En “la crisis de los misiles”, la presencia de cohetes nucleares soviéticos en Cuba hizo que John Kennedy y Nikita Khrushev acercaran sus dedos índices a milímetros del “botón rojo”. Finalmente, el jefe del Kremlin aceptó retirar los misiles de la isla y, a cambio, Kennedy removió las ojivas atómicas que apuntaban a Moscú desde Turquía.
Nunca quedó claro si hubo un ganador en aquella pulseada nuclear. Pero el mundo suspiró aliviado con la sensación de que se había salvado de un holocausto.
El riesgo de una conflagración nuclear vuelve a sobrevolar ahora al mundo.
El régimen norcoreano ya dio los tres pasos necesarios para ser una potencia atómica. Primero, efectuó detonaciones subterráneas, demostrando que puede producir armas nucleares. Paralelamente, desarrolló misiles de corto, mediano y largo alcance capaces de transportar esas armas.
El único paso que le faltaba era miniaturizar las cargas atómicas para que puedan colocarse en las ojivas. Los servicios norteamericanos de inteligencia sostienen que los norcoreanos ya dieron este último paso.
El cataclismo no es un desenlace inexorable. La escalada verbal de quienes lideran los bandos enfrentados es preocupante. Ya no sólo hay surcoreanos y japoneses al alcance de los misiles de Pyongyang. También está la isla de Guam, arrebatada por Estados Unidos a España en la guerra de fines del siglo XIX y reconquistada de manos japonesas en 1944.
Quizá Kim Jong-un esté haciendo el mismo juego que hacían su abuelo, Kim Il-sung, y su padre, Kim Jong-il. En ese caso, buscaría forzar negociaciones, en las que reclamaría el retiro de las bases norteamericanas. inalmente, se conformaría con el retiro de misiles y el cese de las maniobras militares conjuntas.
Que China y Rusia hayan asumido una posición crítica hacia el actual líder norcoreano, al punto de aprobar sanciones en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo que nunca habían hecho con los antecesores, es una señal tranquilizadora.
Pero un fantasma -igual de aterrados al de 1962- seguirá rondando. Con el agravante de que en Pyongyang no está el astuto Nikita Khrushev, sino el impredecible Kim Jong-un, mientras que en la Casa Blanca no está el lúcido John Kennedy, sino el desequilibrado Donald Trump.