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Por Claudio Fantini. Las urnas catalanas dejaron un galimatías. La elección no despejó el futuro ni modificó sustancialmente el tablero político de Cataluña. Por el contrario, un extraño esquema de victorias cruzadas impide vislumbrar lo que vendrá.
El partido más votado fue la fuerza españolista Ciudadanos. Pero los partidarios de seguir siendo parte del reino no pudieron cantar victoria, porque la suma de los votos obtenidos por los partidos independentistas supera a la suma de los votos obtenidos por los partidos españolistas.
De tal modo, el partido que ganó es parte del bloque constitucionalista, pero la mayoría de las bancas quedó en manos del bloque soberanista.
Los que resultaron claramente perdedores fueron Mariano Rajoy y la CUP. El brazo catalán del partido que gobierna España se derrumbó en las urnas y quedó al límite de la intrascendencia. Lo mismo le pasó a los jóvenes antisistema cuyo movimiento, CUP, perdió la mitad del pequeño puñadito de escaños que tenía, pero que había sabido utilizar para arriar hacia la radicalización separatista a Junts pel Si, la alianza que unía a Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.
Tras los comicios, Rajoy pierde influencia en Cataluña, aunque también la pierde el grupo más radicalizado y partidario que busca patear el tablero español.
«Rajoy pierde influencia en Cataluña, aunque también la pierde el grupo más radicalizado y partidario que busca patear el tablero español»
Pero la mayor contradicción es que la fuerza de Puigdemont haya superado en votos a Esquerra Republicana, el partido de Junqueras.
Los socios en el gobierno que proclamó la independencia y cayó por la aplicación del artículo 155, se habían distanciado y decidieron confrontarse en las urnas. La lógica indicaba que el partido de Junqueras se impondría, obteniendo muchos más votos que la fuerza de Puigdemont.
¿Por qué? Porque cuando intervino Madrid con el 155, el vicepresidente Oriol Junqueras se quedó a la dar la cara y afrontó la adversidad, al punto de quedar preso; mientras que, por el contrario, en lugar de atrincherarse a resistir la intervención en el Palau de la Generalitat, Puigdemont huyó a esconderse en Bruselas.
El contraste entre la entereza del que quedó preso y la actitud del que huyó sin avisar para ponerse a salvo en Bélgica, tenía que reflejarse en las urnas fortaleciendo a Oriol Junqueras y debilitando a Puigdemont. Sin embargo, ocurrió al revés.
La razón de semejante contradicción constituye un enigma tan grande como el futuro catalán tras una elección que ganó un partido españolista, pero dejó la mayoría parlamentaria en manos soberanistas.