Por Claudio Fantini. Los presidentes uruguayos suelen atreverse a señalarles a los argentinos derivas y extravíos que los receptores del mensaje no ven o no son conscientes. El último episodio fue protagonizado entre Luis Lacalle Pou y Javier Milei, en una cena de libertarios, sobre cuál debe ser el rol del Estado. De qué se trata.
El visitante que trajo una dosis de sentido común a un país intoxicado de ideologismos. De dogmáticos ideologismos de izquierda, Argentina pasó sin escalas al dogmatismo libertario.
El presidente uruguayo tuvo la honestidad intelectual de no hablar “para la tribuna” y el aplauso fácil, sino aportar visiones colmadas de lógica y sentido común.
Si Milei hubiera calificado en voz alta lo que expresó su par, lo hubiera llamado “imbécil”, “ignorante” y “zurdo”, como hace con sus críticos y con los radicales y liberales que se atreven a cuestionar su visión del mundo y las cosas.
También fue muy grande el contraste en lo socioeconómico que marcó Lacalle Pou.
Milei habló como habla siempre, atacando con agresividad a críticos y opositores, a lo que añadió una grotesca imitación del economista Carlos Melconian, un liberal pragmático y centrista que cuestiona la dolarización.
Lacalle Pou no fue agresivo ni irrespetuoso con los que tienen miradas diferentes.
“Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”, enfatizó el mandatario uruguayo.
Ante una audiencia, en la que no son pocos los que adhieren a un liberalismo duro y conservador, el presidente uruguayo se atrevió a defender y reivindicar el rol del Estado.
Habló como un liberal que está lejos del dogmatismo; un hombre de centro que jamás acusaría a los pobres de ser artífices de su pobreza ni consideraría al Estado como una “organización criminal”.
Se atrevió, incluso, a decir algo que Milei seguramente considera una “imbecilidad” típica de “zurdo”, a pesar de ser una obviedad para el sentido común.
“No todos podemos disfrutar de la libertad. Acá, seguramente, casi todos se irán en auto, dormirán calentitos, con hijos que estudian, mañana tienen laburo y tienen salud decente”, dijo.
Y añadió: “es difícil gozar de la libertad individual si se vive en un rancho, si no se tiene acceso a la salud, si los hijos no pueden estudiar y, por ende, no tienen una luz al final del túnel”.
Si a eso mismo lo hubiera dicho Martín Lousteau o Ricardo López Murphy, el presidente ultraconservador argentino no se habría contenido como lo hizo con Lacalle Pou.
Las palabras de Lacalle Pou trajeron racionalidad a un país siempre embriagado de ideologismos; una bocanada de sentido común para que recordar que no es lo mismo el liberalismo que el libertarismo, mucho menos el de vertiente ultraconservadora.
Javier Milei, ridiculizando con imitaciones caricaturescas a figuras que él desprecia, fue la contracara absoluta de Lacalle Pou.
El jefe de Estado extranjero recordó a los argentinos que hay un liberalismo clásico, que es de centro y no debe ser confundido con ningún dogmatismo extremo.