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Por Claudio Fantini. La insensibilidad y la negligencia son dos de las patologías que están poniendo a Donald Trump en cuarentena. Al aislamiento interno que empieza a padecer, incluso en el Partido Republicano, se suma la marginación que las otras potencias occidentales le imponen. El magnate neoyorquino está cosechando su siembra. Repasemos de qué se trata.
Trump debilitó la OTAN y ayudó a los demagogos que quieren romper la Unión Europea (UE). Ahora, los antiguos aliados de Estados Unidos comienzan a tratarlo como un apestado del que hay que tomar distancia.
Angela Merkel rechazó ir a la Cumbre del G7 en Washington, y la UE insinúa que podría no estar en la vereda norteamericana en una posible “Guerra Fría” con China.
China ocupa ahora el que tuvo la ex URSS en la anterior confrontación Este-Oeste, pero Bruselas -la sede la Unión Europea- y Beijing acordaron una cumbre económica que tendrá lugar en Leipzig cuando la pandemia lo permita.
El régimen chino es autoritario y tiene responsabilidad en la expansión global del Covid-19, pero su principal contendiente -Estados Unidos- ejerce un liderazgo tóxico y debilita la influencia norteamericana en el mundo.
Quizá el rechazo de los militares a su intención de desplegar el Ejército contra los disturbios en ciudades estadounidenses, le haga ver lo que está observando la mayoría en su país y en el mundo: la intolerancia racial, política y cultural que irradia Trump divide a la sociedad norteamericana y también al bloque occidental.
Hay antecedentes de la intervención del Ejército de Estados Unidos en su propio territorio. Por caso, en 1991, el presidente George W. Bush desplegó fuerzas militares por la ola de violentos disturbios que había detonado la salvaje golpiza policial a Rodney King en Los Ángeles y la impunidad que la Justicia intentó darle a los policías que apalearon al taxista negro.
Sin embargo, al intentarlo Trump, se produjo un coro de voces militares en su contra. El general Mark Miller, jefe del Estado Mayor Conjunto, les recordó al presidente y a los jefes militares que las manifestaciones de protesta son un derecho garantizado por la Constitución.
En términos similares se expresó Mark Esper, nada menos que el jefe del Pentágono de la actual administración, contradiciendo a su propio jefe.
Con el peso de sus condecoraciones y la admiración de los norteamericanos por su rol de arquitecto en la liberación de Kuwait en 1991, Colin Powell -un militar de color- le bajó el pulgar a Trump anunciando que votará a Joe Biden.
Más lapidario aún fue el pronunciamiento del prestigioso general Jim Mattis, secretario de Defensa hasta que, en el 2018, renunció al cargo por rechazar la retirada de las fuerzas destacadas en Siria, que fue ordenada por Trump a pesar de que implicaba traicionar a los aliados de los norteamericanos en ese conflicto: los kurdos.
Mattis explicó que todos los presidentes se esforzaron por unir a los norteamericanos, mientras que Trump trabaja para dividirlos y enfrentarlos entre sí.
Como también se esforzó por sembrar división en Europa, las protestas antirracistas que se produjeron en numerosas ciudades europeas lo tuvieron entre los repudiados. Es posible que, incluso, su aliado británico Boris Johnson esté empezando a ver el alto precio de su cercanía política.
El contagio de las protestas norteamericanas a Gran Bretaña tuvo especial fuerza. Y la explicación está en la injerencia del magnate neoyorquino quien apoyó, primero, el extremismo antieuropeo de Nigel Farage y después al ala dura pro-Brexit en el Partido Conservador.
Trump atacó públicamente a Sadiq Khan, el alcalde laborista y musulmán de Londres. También maltrató a Theresa May y a sus esfuerzos como primera ministra por lograr un Brexit blando totalmente acordado con Bruselas.
Las postales que dejó el contagio de protestas antirracistas en Europa se incorporaron, Trump mediante, a las postales de la inmensa movilización contra el racismo en Estados Unidos.
La explicación por la contundencia de las protestas se explica en lo que irradia Trump desde la Casa Blanca: desprecio étnico y división en la sociedad.
El divisionismo del que habló el general Mattis es la señal que identifica al populismo.
En la izquierda y la derecha, los populistas son los que parten la sociedad con una grieta, en la que inoculan odio político para construir poder hegemónico.
Todos son antisistema porque rechazan los límites que le imponen al poder las instituciones republicanas. La izquierda y la derecha hablan de lawfare cuando los procesan, y acusan a los medios de comunicación de ser parte de un complot.
Trump naufragó en el escenario de la pandemia. Y antes de terminar la crisis sanitaria, se hundió junto a la rodilla brutal que aplastó el cuello de George Floyd contra el asfalto.
La imagen redentora estaba en las calles, con carteles que dicen black lives matter («las vidas negras importan»).