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Por Claudio Fantini. Por estas horas, el efecto de «los cuadernos K» hace que muchos repitan que se está viviendo la versión argentina del Lava Jato. El impacto de la aparición de esa verdadera bitácora de la travesía de los millonarios sobornos y retornos por los sobreprecios, desde las empresas hasta la Casa Rosada, la Quinta de Olivos o el departamento del matrimonio Kirchner en Recoleta, genera la sensación de que se vive lo mismo que en Brasil. Y es un error.
En Brasil, la Justicia actúa con una determinación que no es equiparable a los vaivenes que los magistrados argentinos tienen por seguir la dirección de los vientos políticos.
La principal diferencia está en el mecanismo de la corrupción que se investiga en uno y en otro país.
Lo que hubo en Brasil fue un mecanismo de financiación ilegal de la política que funcionó prácticamente desde la presidencia de José Sarney, aunque fue creciendo hasta alcanzar, en las últimas décadas, una dimensión fenomenal, que refleja la serie El mecanismo, que se puede observar en Netflix.
Los sobornos pagados por las grandes empresas brasileñas para obtener licitaciones, regaba las arcas de casi todos los partidos y los bolsillos de una amplia mayoría de legisladores y de funcionarios nacionales y estaduales. Los políticos cobraban a modo de suculentos sobresueldos el dinero que, de ese modo, lubricaba los mecanismos de consensos en el Congreso.
Por eso se mantenían en el poder y podían sacar leyes gobiernos que suponían complejas y vastas alianzas, que incluían desde la derecha pura y dura hasta la centroizquierda.
Posiblemente, con Lula esa repartija entre muchos partidos y una legión de políticos, se incrementó porque fue el modo con el que ese presidente mantuvo la coalición gubernamental que encabezó, sin repartir ministerios o dejando la casi totalidad de éstos en manos de su partido: el PT.
En Brasil, el Lava Jato era el mecanismo de financiamiento corrupto de la clase política. En la Argentina, «los cuadernos» explican el enriquecimiento de ciertos ex funcionarios.
Ni Lula ni sus antecesores usaron ese mecanismo para acumular fortunas. El caso del triplex por el que está preso (sin que existan pruebas contundentes) no alcanza para hablar de enriquecimiento, sino, en todo caso, de dádiva.
La maquinaria de corrupción en Brasil financiaba el funcionamiento de la política y de los gobiernos, mientras que el caso de la corrupción que está sacudiendo nuevamente a la Argentina, no tiene que ver con financiación de la política sino con el enriquecimiento a escalas desmesuradas del matrimonio Kirchner y de un grupo reducido de funcionarios y empresarios allegados.
La ex presidenta y sus principales funcionarios fueron citados a indagatoria por el juez Claudio Bonadío para el 12 de agosto próximo.
Todo parece indicar que, al revés de lo que investiga el Lava Jato, el dispositivo de corrupción creado por Kirchner no era utilizado para lubricar un mecanismo de consensos políticos que le facilitara la aprobación de leyes y la aplicación de políticas gubernamentales.
En realidad, era usado para el enriquecimiento de su familia, de un grupo mínimo de funcionarios y de los empresarios amigos que aceptaban invertir parte de sus siderales ganancias en comprar medios de comunicación y usarlos para defender al Gobierno y denostar a sus opositores y críticos.