Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. La brutal amenaza chantajista de Pablo Moyano, quien advirtió al Gobierno que en la Argentina podría producirse una huelga de camioneros como la que paralizó a Brasil durante nueve días, no debe ocultar lo que deja en evidencia el fuerte conflicto que puso en jaque a Michel Temer.
Ese presidente, de opaca legitimidad, movilizó al Ejército contra los huelguistas que bloqueaban las rutas brasileñas, al seguir la receta de los duros camioneros franceses cuando paralizaron ese país europeo para torcerles el brazo a los gobiernos que los enfrentan. Pero si el conflicto comenzó a ceder fue porque Temer dio marcha atrás con el aumento del precio de los combustibles.
Buscando sanear las cuentas de la golpeada Petrobras, el gobierno federal impuso aumentos de tal magnitud que terminaron resultando paralizantes para buena parte de la economía. En un puñado de días, la empresa petrolera estatal perdió miles de millones por la aplicación de una política que se suponía incrementaría sus ingresos.
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Estos atribulados días de Brasil deben ser seguidos con atención desde la Argentina.
La cuestión no estuvo en el salvajismo de la medida de fuerza de los camioneros brasileños, sino en cómo el cambio de precios tuvo efectos colaterales más negativos que el déficit que se pretendía revertir con el incremento implementado.
El punto de equilibrio
Entre la demagogia populista insostenible de los subsidios oceánicos que los estados no pueden sostener, y los aumentos de precios que los terminan volviendo inaccesibles y, por ende, produciendo la parálisis en muchas actividades vitales para la economía, debe haber un punto de equilibrio.
No se trata de un punto intermedio, sino de un punto de equilibrio. O sea, el punto que puede mejorar las cuentas sin caer en la contraindicación de la parálisis, cuyos efectos pueden ser aún peores.
Esto implica señalar que entre la demagogia kirchnerista, que impulsa un retroceso de las tarifas a niveles imposibles de financiar, y la escalada estrepitosa y paralizante que alienta el ministro Aranguren, debe haber un punto de equilibrio para que el remedio no sea peor que la enfermedad.