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Por Eugenio Gimeno Balaguer. Existe disconformidad con la cuestión educativa, sobre todo con los énfasis y los resultados. Con los énfasis, porque muchas veces se coloca el acento en los medios y no en los fines. Por ejemplo, en la cantidad de escuelas que se proyectan realizar y no tanto en la calidad de los planes de estudio.
Estamos en la era del aprendizaje, cuya contracara será cada vez más la exclusión y la marginalidad.
En ese sentido, se advierten tres debilidades: aumento de la agresividad, degradación de la convivencia y deterioro de la disciplina. Las causas de esta situación son varias.
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Los padres: “nuestros hijos no nos hacen caso. Se acuestan muy tarde, casi de madrugada, y el sistema educativo es ineficiente”. Por otro lado, los docentes aducen una “incompetencia o claudicación formativa” de las familias que no saben inculcar los mínimos hábitos de comportamiento a los futuros alumnos.
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“Llega a ser el que eres”, recomendaba Píndaro, poeta griego.
Convertirse en modelos de modo intencional y deseado.
«Lo que se aprende en la familia tiene una indeleble fuerza persuasiva que sirve para fijar principios moralmente estimables».
En la familia, las cosas se aprenden de una manera diferente a la escuela; en un clima afectivo. La educación familiar funciona a través del ejemplo y está apoyada por gestos humanos y compartidos. Lo que llamo “hábitos del corazón”.
Lo que se aprende en la familia tiene una indeleble fuerza persuasiva que sirve para fijar principios moralmente estimables.
La crisis de la educación ya no proviene de la deficiente forma en que se cumplen los objetivos sino de “no saber” qué finalidad debe cumplir. Hacia dónde orientar sus acciones. No es lo mismo procesar información que comprender significados.
Hay que tomar conciencia de que lo que se hace o se deja de hacer repercute en el todo social. Sus efectos pueden no ser inmediatos, pero sin duda se verán. Y así, en pocos años tendremos la sociedad que hoy estamos “fabricando”.
Lo que se observa como rasgos comunes:
La educación de la comunidad, no sólo la de los jóvenes, necesita de mucho más que las netbooks o de las herramientas digitales. Necesita dejar de lado enfoques limitados y alcanzar unos puntos básicos de comienzo. Recuperar los valores es un tema que se enuncia con insistencia.
Hay que profundizar los valores que en la historia hicieron grandes a hombres y países. El valor del “otro” como semejante; trabajo, honestidad, patriotismo, coraje, altruismo, solidaridad y autoexigencia deberían constituir la base sobre la cual se desarrollen las líneas fundamentales de la política educativa.
Hay que generar el clima para redescubrir el sentido de lo maravilloso de vivir. Pasar de nuestras potencialidades a la acción y de nuestra voluntad a las concreciones.
Necesitamos ideas claras, comunicarnos para entendernos. Sólo así venceremos el escepticismo y recuperaremos la confianza en nosotros mismos y en los demás. Urge definir qué nos interesa como sociedad deseada, para que la educación sea la clave de nuestro crecimiento y los “hábitos del corazón” marquen nuestro camino.