Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Jorge Asís, especial para Jorge Asís Digital*.
Nadie quiere ganarle a Macri. Tiene viento político de cola.
Sin Prilidiano Pueyrredón ni Fernando Fader. Sin el Leopoldo Lugones que rescate la poesía de los porotos y “las mieses”. Sin el elemental culto al chiripá y las boleadoras, en 2017 se consolida la Argentina Neo Pastoril.
“Si se va a respirar es gracias al campo”, confirma la Garganta.
“Sobre todo los pastoriles que están a menos de 500 kilómetros del puerto”.
Para algarabía de Luis Miguel Etchevehere, presidente de la Sociedad Rural, y de los menos mediáticos herederos de aquella Comisión de Enlace, la cosecha de las 120 millones de toneladas funciona con la eficacia del pulmotor. Reluce por el feroz retroceso de la industria.
Muestra activo y providencial al sector equivocadamente vituperado. Consume la mayor parte del gasoil, adquiere vehículos expresionistas, produce las maquinarias y algunos miles de puestos de trabajo, que proporcionan el insumo de la vitalidad a las ciudades de la pampa húmeda. Falta sólo el epígono de Lugones, que funde la épica de los porotos, que suplanta la del ganado. Avelluto y Lombardi podrían encarar otra campaña del desierto, hasta encontrarlo.
En vísperas del año electoral, se sospecha que nadie quiere (ni puede) ganarle a Mauricio Macri, presidente del Tercer Gobierno Radical.
Salvo el cristinismo afectado, que mantiene explicables deseos de revancha. Pero cae en la trampera de radicalizarse. Es precisamente la irremediable frontalidad del cristinismo lo que más favorece a la redituable insustancialidad de Cambiemos.
Los lineamientos discursivos que se aguardan distan de ser originales. Remiten a la insistencia del “cambio”. Basta con los rostros suficientes de Mauricio o la señora María Eugenia Vidal. O se concede ante el regreso del pasado.
Para lo cual se necesita, invariablemente, en los primeros planos, las imágenes de los cuestionados que se lavaron los pies en la fuente de la Plaza de Mayo.
Ni el peronismo invertebrado, que se desgasta entre rencores tóxicos y redituables muestras de colaboracionismo, conserva siquiera la actitud del que tiene sed de poder.
Ni tampoco La Franja de Massa se prepara para vencer. Como si se planteara, apenas, el límite de una elección decorosa.
Pese a los maltratos reiterados, el conductor de la Franja, Sergio Massa, se obstina en el rol de dador relativamente voluntario de gobernabilidad. Sin asumir, según nuestras fuentes, por lo menos hasta marzo, la faena que le reclama un considerable sector de la sociedad. Convertirse en el Jefe de la oposición.
Hasta dos meses atrás, entre Macri (con Vidal y la señora Carrió) y La Doctora (con Scioli) se extendía una línea recta. Uno en cada punta. Y Massa formaba parte del paisaje.
Pero con el impulso de su propia fuerza, Massa convirtió la línea en un triángulo.
Decidido a exterminarlo, harto de ser “banelqueado”, Macri le dijo públicamente “impostor” (mientras en privado lo llama Ventajita). El Premier Marcos Peña lo acusó de ser el político menos confiable. Sin embargo, para salir del laberinto de “Ganancias” (en el que se metieron por ineptitud natural) Macri y Peña debieron enviar al Tigre a los ministros Rogelio Frigerio y a Mario Quintana.
Fue un “arrugue de barrera” en la casa del impostor.
La evaluación indica que Massa, para consolidar la jefatura conquistada, debe arriesgarse y ser el candidato para la senaduría de la provincia inviable. Aunque deba competir con La Doctora (que tampoco tiene claro qué hacer). O con la temible Carrió, que ejercita la ferocidad del lenguaje, para incomodarlo con agravios, que Massa trata de no responder.
Para ser Jefe opositor no le basta a Massa, infortunadamente, con recurrir a la señora Margarita Stolbizer, que “blanquea más blanco” con el emblema moral.
Después de pugnar por la centralidad, Massa va a estar menos presente.
“Hablará desde el exterior, como estadista, desde China. Lo va a dejar tranquilo a Macri”, confirma otra Garganta. Con la perversidad de quien cree, acaso, que -por mala praxis- Macri va a chocar la calesita. Se estampa el helado en la frente.
Escepticismo que comparten -según la evaluación- los empresarios que marcan la agenda. Ampliaremos.
“Macri no puede perder las legislativas”, confirma la Garganta.
Con relativo éxito se instaló la idea amenazante. Indica que, si Cambiemos las pierde, Macri tiene el boleto picado.
Del mismo modo que el peronismo, en 2001, le picó el boleto a Fernando De la Rúa, presidente del Segundo Gobierno Radical. En aquella elección memorable en que Eduardo Duhalde se impuso, por la senaduría, a Raúl Alfonsín, presidente del Primer Gobierno Radical.
16 años después, Duhalde planifica hacerle a La Doctora lo mismo que en 2001 Carlos Menem le hizo a Duhalde. El planteo divisorio de una lista alternativa, desde el peronismo.
Para Duhalde, lo importante es que no pierda Macri. Lo confirma sin pudor. El objetivo real consiste en evitar que La Doctora se recupere. Por lo tanto convoca a un grupo de peronistas enojados con La Doctora y La Cámpora.
Del mismo modo que Menem, desde su prisión en la Quinta de Gostanián, recurrió, en su enojo con Duhalde, a otro grupo de peronistas.
Los rencores tóxicos son cada día mas movilizadores en el peronismo sin Jefe ni Conductor.
Rencores estáticos que no son superados por la realidad dinámica. Al extremo de admitir que el rencor, al envejecer, no tiene fundamento, ni sirve para nada. Es tóxico.
Pese a la insustancialidad estructural del gobierno, a su favor Macri tiene el viento de cola de la política.
Un amplísimo sector de la sociedad necesita que acomode la dirección de la balsa. Mantiene aún la estampa del buen producto exportable. En el exterior confían en sus atributos mucho más que adentro.
Nadie lo quiere herir, pero con impotencia se percibe que se hiere solo.
Con la excepción del cristinismo acosado, aislado y repentinamente marginal, el resto del escenario le desea la mejor ventura.
Para disfrutar de la unánime abulia debería acertar, al menos, en una. Hacer algo bien. Más allá del armado de la comunicación y del marketing. Arrancar de una vez con logros que instiguen a abandonar la plácida sensación de sostenerse con el efecto comparativo.
Delicia teórica que le bastó para mantener la dulce mediocridad del primer año. Sin embargo, en un segundo año, y con elección mediante, necesita superar el formato de las justificaciones, el despliegue de las culpas a la bartola, lanzadas hacia la bolsa de la herencia recibida.
Aquí se dijo que el de Macri no es ningún gobierno para ricos.
Es peor: el “problema de Macri son los ricos”.
Le desconfían, los cansa, los decepciona. Para decepcionarse hay que haberse previamente entusiasmado.
Ya casi puede asegurarse que, en ese ámbito, el crédito se le agotó.
“Este pibe no va”, confirma la Garganta, “tiene que llamar a alguien que sepa. Lo peor es que cree que sabe”.
Los empresarios que cuentan, los que marcan la agenda, los que se entienden sin hablar ni mirarse, nada van a hacer para perjudicarlo.
Pero tampoco van a hacer, a esta altura, ningún esfuerzo para ayudarlo.
Se alternarán las cuotas del desánimo, mientras la industria se estanca, se deprime, y se consolida el modelo neo-pastoril. Aunque aún falte la oda que celebre la epopeya de las proteínas y las “mieses”.
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