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Por Rosa Bertino. Los premios Martín Fierro nacieron en 1959 y, al principio, la ceremonia era muy modesta y las estatutillas, bastante merecidas. Con el tiempo, la ecuación se fue invirtiendo y los galardones comenzaron a otorgarse en salones cinco estrellas. Nadie pasaba hambre y, menos, sed. Los vahos etílicos, las agarradas en el baño de mujeres y la masticación de los comensales pronto ingresaron a la mitología rioplatense.
Los Martín Fierro iniciaron su historia por iniciativa del grupo de periodistas de espectáculos que conformó la Asociación de Periodistas de Televisión y Radiofonía Argentina (APTRA), y se han mantenido hasta el presente, con algún paréntesis “cívico militar”.
Y de buenas a primeras, el Martín Fierro se trasladó al Teatro Colón. Los motivos oscilaron desde el propósito de parecerse aún más a Hollywood, a la necesidad de ahorrar y la tentadora oferta macrista de Horacio Rodríguez Larreta (casado con una planificadora de eventos). Mucha gente recordó la época en que los reporteros hacían malabares para que los entrevistados no hablaran con la boca llena. Ésa parece ser la única ventaja de la mudanza. Este año, lo único que lució francamente hermoso fue el Colón.
La ceremonia en sí resultó previsible, presurosa y sin los “paneos” que permitían ver quién estaba con quién y qué tenía puesto. La ausencia de cháchara y saladitos hizo que la platea se vaciara rápidamente.
Los intentos de remedar la alfombra roja y un show parecido al de los Oscar, se tornaron patéticos cuando Marley comparó a Adrián Suar-Griselda Siciliani con Brad Pitt-Angelina Jolie («too much»). Entre otros lapsus, el nerviosismo hizo que el conductor dejara sin palabra, y sin pantalla, al rabino Abraham Skorka, cuando intentó agradecer el (muy discutido) Martín Fierro al ciclo Biblia, en el que participaba el hoy papa Francisco.
Al recibir el Oro para Graduados, Nancy Duplaá agradeció a los que “se quedaron hasta el final”.
Además de hacerse sentir, la ausencia de Marcelo Tinelli provocó la de Sebastián Ortega, su rival en el trabajo y el amor. La gala fue transmitida por Telefé, que se llevó sólo las estatuillas “cantadas”.
Aunque se premiaba la producción 2012, el ánimo del 2013 pesó en los jurados. En Capital Federal, Jorge Lanata tiene muchísimo arrastre y ganó en todas las ternas para las cuales estaba nominado. Por la misma razón, Fátima Florez recibió una estatuilla por su impostación de Cristina Kirchner. Lanata le “agradeció” a la Presidenta y a varios «funcionarios», con lo que quedó en claro que los K son su único objetivo periodístico. Los aplausos sonaron desde los palcos altos y el paraíso, ocupados por público común, mientras la platea cuchicheaba o miraba de soslayo.
Por problemas logísticos, hubo pocos primeros planos. Las cámaras apenas se movieron de Pablo Echarri, Mex Urtizberea, Juan José Campanella, Benjamín Vicuña, Florencia de la V y, en menor medida, hacia Mirtha Legrand. Al igual que en los festivales, las divas asistieron acompañadas por sus modistos. Todas vestidas de largo, con más brillos que un arbolito de Navidad.
Como suele suceder, las mejores actuaciones provinieron de quienes no pensaban, ni merecían ganar: Martina Stoessel recibió el premio “revelación” por su protagónico de Violetta; Virginia Lago, “mejor conducción femenina” por un ciclo de cine que apenas presentaba. Al recibir sus respectivas estatuillas, ambas se vieron obligadas a convencer aunque sea a sus familias.
En síntesis, aunque se vista de terciopelos y gobelinos, el Martín Fierro sigue siendo un gaucho sotreta. ●