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Por Claudio Fantini. Si el debate en los medios gira sobre la calidad ética de Mirtha Legrand y la verosimilitud de Natacha Jaitt, entonces sirve muy poco el debate en los medios. Los autores materiales de una deflagración no son más importantes que la autoría intelectual. O sea, el que organizó y financió el ataque a la imagen pública de un puñado de personas.
Sabiendo donde estuvo la organización y financiación del trabajo sucio que perpetraron una mediática y una veterana estrella de la televisión, se podrá dilucidar lo más importante de todo: con qué objetivo se llevó a cabo esa operación.
La primera impresión es que se trata de un trabajo de aparatos de inteligencia. De ser así, faltaría saber si es mano de obra ocupada o mano de obra desocupada.
El gobierno que preside Mauricio Macri debiera ser el más interesado en desentrañar este caso, para corroborar o descartar que, detrás de los ejecutores de esta operación, estén agentes de inteligencia del Estado.
Ocurre que la mayoría de los personajes alcanzados por el ataque mediático son figuras de los medios que entran en el sector que el ultramacrismo llama despectivamente “Corea del centro”.
O sea, referentes que fueron duramente críticos de los gobiernos kirchneristas, pero no resultan complacientes con la actual administración. Por el contrario, “Corea del centro” cuestiona de Macri y de sus ministros todo lo que considera que debe ser cuestionado
Y está claro que al Gobierno y al macrismo les molestan más los cuestionamientos de quienes fueron duros críticos del kirchnerismo, que los que provienen del “periodismo militante” que integraba el aparato de culto personalista de Cristina Kirchner.
Los ataques del “periodismo militante” no debilitan ni afectan en absoluto al Gobierno. Por contrapartida, las críticas de quienes fueron aguerridos cuestionadores de Cristina Kirchner son más atendibles.
Por eso es importante que quede en claro quién organizó y financió el ataque a “Corea del Centro”, que se realizó desde un programa de alto rating y línea editorial afín al macrismo.
Los aparatos de inteligencia tienen el instinto de buscar el poder. La información que manejan y la facilidad para las acciones encubiertas y secretas, les confieren un gran poder.
Mientras vivió y manejó a sus anchas el FBI, Edgar Hoover acumuló información confidencial sobre todo el establishment político, periodístico y empresarial de los Estados Unidos, con más poder que el que tuvieron los presidentes que ocuparon la Casa Blanca.
A Hoover no le interesaba el Despacho Oval, porque en el suyo tenía más poder. Por contrapartida, Vladímir Putin es el caso del agente de inteligencia que se vale de su poder oculto para escalar hacia el poder político, y hasta la cima: la presidencia de Rusia.
Putin le cuidó las espaldas a Boris Yeltsin y, como premio a ese favor que pudo brindar por la información comprometedora que poseía sobre varios jueces y camaristas a los que podía presionar, recibió nada menos que la presidencia de Rusia.
En la Argentina, casos como la filtración de conversaciones privadas de Cristina Kirchner y la bomba sucia que estalló en el programa de Mirtha Legrand, justifican plantear dos hipótesis: o bien el Gobierno se vale de agentes de inteligencia para atacar a los autores de las críticas que más le duelen; o bien, hay agentes de inteligencia que hacen por su cuenta ese trabajo sucio, con la intención de ganar gravitación sobre el Gobierno.
En los dos casos, el objetivo de los agentes de inteligencia es el mismo: poner el poder político bajo su oscuro y viscoso poder.