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Por Claudio Fantini. El terrorismo tiene una vida bacteriológica. Así como las bacterias van mutando para hacerse inmunes a los antibióticos creados para combatirlas, el terrorismo muta constantemente sus métodos, para inmunizarse contra los sistemas de seguridad que se van creando para evitar sus ataques. Lo mostró en Niza.
La última mutación tomó por sorpresa a Europa, aunque tenía antecedentes.
Hace un par de años, en la Franja de Gaza, el grupo Hamas empezó a elaborar manuales que hacía llegar a Cisjordania, proponiendo formas de eludir las defensas israelíes. En esos manuales explicaba que si el Ejército, la Policía y el Shin Bet están concentrados en detectar personas portando armas o explosivos, había que convertir en armas otros instrumentos. Desde cuchillos a herramientas podían ser utilizados para herir o matar. Y también los vehículos.
Explicaban los manuales de Hamas que había que convertir autos y camionetas en proyectiles lanzados contra israelíes desprevenidos. Así ocurrió en paradas de colectivos y otros puntos de concentraciones de gente.
Por cierto, ni Hamas ni otra organización palestina tienen que ver con lo ocurrido en Niza. Sencillamente, la idea planteada en manuales de atentados y llevadas a la práctica en Israel, en algún momento sería tomada por las organizaciones del terrorismo de última generación.
Éste, no tiene miembros permanentes a los que entrena y adoctrina en sitios especiales, y con los que mantiene relación. El terrorismo sabe ahora construir y lanzar al mundo -a través de Internet- mensajes psicológicamente calibrados para detonar en la mente de fanáticos, psicópatas y otros tipos de terroristas en potencia, la chispa que los pone en trance exterminador.
El salto de estructura de células dormidas a la de un “lobo solitario” volvió aún más indetectable al terrorismo. Ahora, en esa dimensión, ya no es preciso usar fusiles, pistolas ni bombas.
Un colectivo o un camión pueden ser armas de destrucción masiva, o al menos con capacidad de provocar una masacre como la cometida en la Costa Azul.
Los cuerpos de seguridad están preparados y tienen instrumentos para detectar personas que portan fusiles, pistolas, granadas o explosivos adosados al cuerpo, pero a partir de la monstruosa mutación metodológica que mostró el terrorismo en Niza, tienen ahora el desafío de detectar la intención y el plan que lleva en la mente la persona que va al volante de un colectivo, un auto o un camión.
Una misión imposible.