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Por Claudio Fantini. A esta altura de la lista de muertos y de exiliados por desafiar a Vladimir Putin, el regreso a Rusia de Alexei Navalny es una prueba de coraje. Nadie sabe a ciencia cierta qué suerte le depara la prisión donde lo recluyeron. Nada garantiza que los derechos y garantías establecidos en las leyes rusas se apliquen a un líder disidente en un país sin poderes independientes.
La posición del opositor a Putin se visibilizó ante el mundo con el envenenamiento que sufrió en Siberia, donde había viajado a presidir actos políticos. Y, ahora, se refuerza tras ser apresado en el aeropuerto moscovita donde aterrizó a su regreso desde Alemania.
Para eso volvió a Rusia a pesar de los peligros que corre. Sabía que lo apresarían y no puede confiar en que al cumplirse los 30 días de detención preventiva que le corresponden por la falta que le endilgan, recupere la libertad.
Que su estadía en prisión se prolongue indefinidamente es uno de los riesgos. El otro riesgo es que lo maten, como ocurrió con tantos disidentes que se atrevieron a denunciar a Putin o a desafiar su poder.
Entre las últimas muertes que generaron sospechas apuntadas hacia el Kremlin, está la de Borís Nemtsov. El ex viceprimer ministro del gobierno que encabezó Boris Yeltsin, murió cerca de la Plaza Roja con cuatro balazos en la espalda en 2015.
Después, sobrevino el envenenamiento de Navalny con novichok, un agente nervioso de altísima letalidad que producían los laboratorios del KGB en la era soviética.
Probablemente, no habría sobrevivido si Angela Merkel no hubiese intercedido para sacarlo de Rusia. Lo salvaron en Alemania, donde expertos de tres instituciones diferentes coincidieron en afirmar que había sido un intento de asesinato por envenenamiento.
Navalny afronta inmensos peligros, pero visibiliza aún más al mundo su lucha contra Putin. La mirada internacional es su único resguardo.
El presidente ruso sabe que, si muere en prisión de la manera que sea, o si es liberado y muere baleado o arrollado por un auto o bajo cualquier intento, habrá un coro de potencias acusándolo y condenándolo por el crimen.
Y si decide encarcelarlo por tiempo indefinido, creará una suerte de versión rusa de Mandela.
Vivo, muerto o encarcelado, Navalny es un problema para el amo de todas las rusias.