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Por Claudio Fantini. El viaje del papa Francisco a Mongolia, de mayoría budista, tuvo por objetivo hacer un gesto que sea bien recibido en China, cuyo gobierno se molestó por sus cuestionamientos a la persecución religiosa de las minorías en el gigante asiático. Como en su anterior viaje a Asia Central, en el que visitó Kazajstán, el objetivo es extender las buenas relaciones del Vaticano a rincones del mundo en el que casi no hay huellas del catolicismo. Antes, había cometido un error con Ucrania.
En el mismo puñado de días en que el jefe de la Iglesia Católica aterrizó en Ulán Bator, la capital de Mongolia, todavía había ecos de una frase desafortunada, que generó indignación en Ucrania.
Deparar en los actos controversiales, no implica ensañarse con un Papa que despliega grandes esfuerzos en el mundo.
Un párrafo de la alocución de Francisco, en videoconferencia con la juventud católica de Rusia, resulta objetivamente controversial, y resulta importante entender por qué.
En el mensaje a los jóvenes rusos, les dijo: “No olviden nunca su herencia; son hijos de la Gran Rusia; la de los santos, la de los reyes, la de Pedro I y Catalina II”.
“Ese era un imperio grande, culto y de gran humanidad. Nunca renuncien a ese legado. Son herederos de la Gran Madre Rusia”, concluyó Francisco.
En el siglo XVII, Pedro I -al que llamaron “el Grande”– expandió Rusia hacia el norte alcanzando las costas del Báltico, tras arduas guerras contra Suecia, por entonces gobernada por el rey Carlos XII.
En el suroeste, las guerras contra el Imperio Otomano permitieron la expansión hasta el Mar Negro y al Mar de Azov.
Catalina II -también apodada “la Grande”- lanzó, un siglo después, guerras de conquistas contra los tártaros y añadió territorios de Polonia, Ucrania, Bielorrusia y Livonia, conformada ahora por Lituania y Estonia.
Pedro I hizo construir San Petersburgo, en condiciones que costaron la vida a más de 300 mil hombres, en una zona pantanosa y helada.
En su afán desenfrenado de poder, Catalina II pasó de ser una princesa alemana convertida en zarina a emperatriz de Rusia, perpetrando un golpe contra su marido Pedro I.
Las palabras fueron inadecuadas, más aún cuando se está desarrollando una guerra expansionista en Ucrania, y quien los elogia lo hace erigiéndolos en modelo de grandeza a seguir por los jóvenes de Rusia.
Pedro I y Catalina II fueron monarcas de rasgos admirables, pero con un lado oscuro que desaconseja elogiarlos.
Si quería alagar a sus jóvenes interlocutores rusos, Francisco podría haberlos señalado como herederos de una grandeza que se expresó en clásicos de la literatura universal.
También prohijó grandes bailarines y grandes científicos. En fin, una larga lista de talentos que han enriquecido la cultura rusa.
Pero el Papa no los exhortó a sentirse herederos de esos genios que enaltecen a la humanidad, sino de conquistadores, quienes tuvieron entre sus blancos las tierras donde Putin está imponiendo una guerra catastrófica.
Elogiar a esos monarcas justo cuando Ucrania sufre una sangrienta invasión, que aún mantiene ocupados los territorios del este del río Dniéper, constituye un estropicio diplomático.
En cierta forma, avaló con sus palabras las argumentaciones del Kremlin, al justificar la brutal guerra de agresión al país vecino.
El ultranacionalismo ruso considera propios esos territorios desde las guerras de Pedro I y de Catalina II. Por lo tanto, fueron las palabras menos indicadas en el momento menos oportuno.