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Por Claudio Fantini. Salvo por el aporte de Carlos Melconian en el terreno económico, a Patricia Bullrich se la ve desprovista de buen asesoramiento.
La elección de las palabras muestra esa orfandad.
Las palabras deben revelar el espíritu de una propuesta política y su significación más profunda. Por tal motivo, decir “terminaremos con el kirchnerismo” no exhibe precisamente el pluralismo contra-sectario que está en las antípodas de la cultura kirchnerista.
El “vamos a terminar con el kirchnerismo”… implica atribuirse un rol de verdugo
El “vamos a terminar con el kirchnerismo” que Bullrich y su compañero de fórmula repiten como disco rayado, se parece al “vamos por todo” que lanzó Cristina Fernández de Kirchner (CFK) en Rosario. Implica atribuirse un rol de verdugo con derecho a clausurar.
Por cierto, un gobierno de Patricia Bullrich no proscribiría a nadie. La persecución política y la proscripción no están en la naturaleza política de Juntos por el Cambio (JxC). Pero la consigna que la candidata esgrime como una espada, suena como el eco de un instinto proscriptor.
El uso de las palabras tiene precisión quirúrgica cuando una campaña está bien dirigida y asesorada.
Lo que debiera prometer Bullrich es “terminar con el sectarismo, el culto personalista, la arbitrariedad, la corrupción y el pensamiento único que estigmatiza al otro como algo despreciable”; no “terminar con el kirchnerismo”.
El kirchnerismo tiene todos esos vicios, pero no es sólo eso.
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Tampoco sería políticamente sano declarar la guerra al sistema de ideas que expresa Javier Milei. Sería clausurar un ideario. Lo necesario es poner en evidencia el carácter delirante y oscuro de muchas de sus propuestas, así como repudiar la violencia política que irradia su discurso verbal y gestual.
Un buen asesoramiento de campaña haría que Bullrich y Luis Petri prometan, no terminar con el kirchnerismo, sino “sacar al kirchnerismo del Gobierno”. Incluso podría ir más lejos aún: “sacar al kirchnerismo del Estado”.
A juzgar por la elección del blanco principal de su discurso, la fórmula de JxC entiende que debe disputarle a Milei el voto antikirchnerista. Pero podría estar equivocándose.
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Es un error focalizar la campaña en uno de los adversarios.
Si bien el hastío con CFK y con el fracaso de sus invenciones políticas es mayoritario en la sociedad, es un error focalizar la campaña en uno de los adversarios. Para colmo ese adversario ni siquiera está plenamente representado en el candidato de ese espacio.
A Sergio Massa se le pueden señalar miles de puntos oscuros (miente compulsivamente, su gestión económica es un fracaso, carece de escrúpulos, etcétera) pero no representa al kirchnerismo, sino a la resignación de Cristina frente a la debilidad de sus dirigentes a la hora de encabezar fórmulas.
Bien asesorados, Bullrich podría apuntar a Milei y a Victoria Villarruel, explicando que una cosa es cuestionar el indulto a criminales de Montoneros y ERP que concedió Carlos Menem y mantuvo Néstor Kirchner, y otra muy distinta es negar la criminalidad y la crueldad de un régimen que asesinó, secuestró, torturó, violó, hizo desaparecer cuerpos y traficó bebés.
El “cisne negro” en el camino de JxC es Milei.
El “cisne negro” que se cruzó en el camino de Juntos por el Cambio no es Massa y su adicción a la mentira y las ventajas tramposas. El “cisne negro” en el camino de JxC es Milei.
La debilidad del candidato ultraconservador no está en sus propuestas delirantes. Esas propuestas no socavan la fortaleza que le da haber señalado acertadamente como casta a una dirigencia política carcomida de ineptitud, indecencia y corrupción.
El talón de Aquiles de Javier Milei está en los tantos videos en los que aparece vociferando insultos y obscenidades, ergo, exhibiendo su violencia interna y sus desequilibrios.
Si Carlos Melconian no estuviera tan solo en la titánica tarea de explicar y de mostrar lucidez y sensatez, el slogan de campaña de Patricia Bullrich diría: “Nosotros somos los únicos que podemos sacar del Gobierno al kirchnerismo y cambiar la Argentina, sin chocarla”.