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Por Claudio Fantini. ¿Tiene la culpa el gobierno izquierdista de la grave situación económica y social que Grecia? ¿Es Alexis Tsipras un anticapitalista irredento que, por puro instinto rebelde, rechazó las medidas que le imponía la “Troika” (el FMI, la Unión Europea y Banco Central Europeo?
¿Estuvo mal Tsipras al convocar a un referendo para que sean los griegos los que decidan si mantienen el euro, aplicando el durísimo ajuste que le impone Europa o deciden volver al dracma como moneda nacional, al precio de quedar afuera de la Unión Europea?
La culpa de este tembladeral podría caer sobre Tsipras y el partido Syriza, cuyo nombre significa Izquierda Radical, si el gobierno que encabezan no hubiera intentado reforma alguna para achicar el desmesurado déficit del país balcánico.
Pero la verdad es que el jefe de Gobierno y su ministro de Finanzas, Yannis Varoufakis, no se limitaron a rechazar las propuestas del FMI y del Gobierno alemán sólo por rechazarlas.
Propusieron recortes al gasto e incrementos en los impuestos. El problema es que a la concepción dominante en la “Troika” no le interesan los recortes ni las subas impositivas propuestas por Grecia. Lo que intenta es imponerle recortes que afectan las jubilaciones, el empleo público y los sistemas de salud y educación, a los que considera generadores del enorme déficit del país heleno.
No es que haya faltado acuerdo sobre ajustar o no ajustar. Lo que pasó es que no hubo acuerdo sobre cómo y qué se debe ajustar. Y en esto, hay buena parte de responsabilidad en la ortodoxia con que se manejan el FMI y la administración alemana de Angela Merkel.
Las autoridades griegas propusieron recortar gastos que no afecten a las clases medias y bajas, y sugirieron subir impuestos a los sectores más acaudalados. Eso es lo que rechazó la “Troika”.
Por cierto, el gobierno de la izquierda radical no tiene un plan claro para sacar a Grecia del euro sin que caiga en un abismo.
Las dinastías políticas Karamanlis y Papandreu no son ajenas a la tragedia de un país demasiado burocratizado y con una economía anacrónica.
Tsipras y Varoufakis vendieron a los votantes la idea de que era relativamente fácil salir de la encrucijada en la que cayó el país por su quebranto económico. Pero a esa bancarrota no la provocó el gobierno de Syriza.
Fueron sus antecesores, el centro derechista Nueva Democracia, de la dinastía política Karamanlis, y el PASOK (Partido Socialista Panhelénico), de la dinastía política Papandreu, quienes alternándose en el poder eludieron modernizar la economía griega para que los aportes de la Unión Europea no terminaran convirtiéndose en una deuda imposible de pagar para una economía demasiado burocratizada y anacrónica.
Está claro, por lo demás, que el esfuerzo del primer ministro apunta a mantener Grecia en la eurozona, pero eso tiene un alto precio por el ajuste que exige. Ante ello, hizo lo que corresponde: dejar la decisión en manos de la sociedad.
Si esa decisión popular es permanecer en la eurozona, habrá que afrontar un durísimo ajuste y, en ese caso, el precio político lo pagará el partido Syriza, partiéndose por la mitad.
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