Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Jorge Asís, para Jorge Asís Digital*.
El error imperdonable de perder.
“¿Te caíste? Me tenías podrido con tu éxito, ahora sí que podés ser amigo mío. Venga un abrazo”.
Hugo Guerrero Marthineitz
Perder, en la Argentina, es una desgracia. Un error imperdonable. El que pierde paga.
El que gana se garantiza el plazo de la impunidad. Si luego de cuatro años es reelecto, la impunidad puede también extenderse. Espera el agotamiento inapelable que reproduce la sociedad.
Le pasó al primer Perón, a Menem y a La Doctora (teléfono para Macri). Con el que pierde no existen contemplaciones. Se le revisa minuciosamente hasta la última factura de restaurante. Del tiempo en que las balas no penetraban. Cuando lo celebraban por las pautas generosas.
Cabe el común reconocimiento a Disraelí. “No hay amistades permanentes, hay intereses”.
El que pierde, como Daniel Scioli, Líder de la Línea Aire y Sol, tiene que aclarar hasta el último detalle de los viajes viejos, y de las compañías nuevas. Debe probar que no está rodeado de testaferros. Que no se dejó tentar por el estupro. Que no tiene invalorables campos en Tandil, ni hoteles en la Costa Esmeralda.
Un año atrás, al Líder de la Línea Aire y Sol no le entraba una bala. Mortificaba al semejante con la ideología del vitalismo. Derrochaba fe, traficaba esperanzas, siempre para adelante.
La bala inicial que lo rozó se la disparó él solo. 2015. Sobre el epílogo de la campaña presidencial cometió el inconcebible error de marketing. El viaje a Italia para desenchufarse, con el pretexto de ajustarse el brazo ortopédico. Justo cuando Buenos Aires, la provincia (inviable) que gobernaba, atravesaba la situación límite de la inundación. Pifiada para quien había acertado en política durante 18 años.
Desde que el célebre motonauta había sido improvisado por la señora Claudia Bello, cuando estallaban las diferencias entre los “compañeros” Carlos Menem y Eduardo Duhalde. 1997. A pesar de la reticencia del Premier Eduardo Bauzá, y con el apoyo de Menem, el iniciado triunfó en la interna del peronismo porteño. Contra el experimentado Miguel Ángel Toma, al que apoyaba Duhalde.
Scioli supo destacarse por la lealtad hacia los jefes sucesivos. Arrancó con Menem, el que “lo descubrió”. Luego fue el relámpago de Adolfo Rodríguez Saa, en la semana que conmovió el país. Diciembre de 2001. Adolfo lo promovió como Secretario de Turismo y Deportes. Lo acompañaría hasta en la capitulación en San Luis. La lealtad pasó a Duhalde, que lo confirmó en el ministerio. Preparaba, mientras tanto, la candidatura para jefe del Artificio Autónomo. Hasta que Duhalde se dispuso a subastar el poder. Luego de pintoresco periplo, la sortija de la candidatura presidencial la iba a ligar Néstor Kirchner, El Furia.
Y cuando parecía que el vice de Kirchner iba a ser Tito Lusiardo, alias Juanjo Álvarez, recibió la visita del Tovarich K. Un emisario de Kirchner. Scioli creía que Kirchner quería apoyarlo para el Artificio.
“Intuyo que no”, dijo el lacónico Tovarich.
Por el atributo de la popularidad deportiva, Kirchner prefería, como compañero de fórmula, a Scioli. La militancia porteña iba a quedar colgada y con diez mil afiches listos para el engrudo. Sólo lo perdonaron cuando juró como número dos del Estado.
Obsesionado por dejarlo afuera a Menem, por la inteligencia perversa de Duhalde, en 2003 comenzaron a triunfar los segundos sobre los primeros. Kirchner-Scioli.
Mientras se lanzaba a construir su propio poder, basamentado sobre los dos fuertes pilares -Hugo Moyano y Héctor Magnetto-, El Furia decidió congelarlo a Scioli. Lo “frizó” durante más de un año.
Por la prematura chiquilinada de pretender diferenciarse. El Furia le quitó hasta el control de la Secretaría de Turismo. No le dejo otra alternativa que refugiarse en el Senado. Era peor. Imperaba la senadora Cristina Fernández de Kirchner, La Doctora, que le transmitía su distante superioridad cultural. Lo sometía a feroces humillaciones que le rebotaban. Scioli comenzaba a tener cuero por piel. Mientras tanto, paulatinamente Kirchner comenzaba a levantarle la excomunión. A aceptarlo.
En adelante Scioli le sería también leal a Kirchner, que iba a seguir el ejemplo de Menem. Para despachar al vicepresidente (Scioli) hacia la gobernación de Buenos Aires. E instalar a La Doctora en la presidencia, acompañada del radical Julio Cobos. Le serviría al matrimonio para valorar a Scioli.
Ahora, con el cuero por piel, iba a ingeniarse para expresar lealtad a los dos. Hacia la pareja del “doble comando”. Escenas del peronismo conyugal.
El Furia se dedicaba a agitar los conflictos que nunca hubieran existido si el presidente fuera él.
Los conyugues, cabe aceptarlo, competían. Al Furia le costaba aceptar que La Doctora tuviera cinco puntos más de imagen positiva, y cinco menos de negativa.
Pero constaba que el candidato, en 2011, iba a ser Kirchner.
Aquí tampoco, con los dos desequilibrados, iba a ser muy fácil la existencia de Scioli. Los competidores lo sometían a cotidianos esmerilamientos que impresionaban.
¿Cómo aguanta tanto Scioli? ¿Por qué no los manda al c…?
Lo denigraban. Lo subestimaban. Pero a él le rebotaba. Sufría con fe y esperanza, siempre para adelante.
Lo que más fastidiaba a Kirchner, según nuestras fuentes, era que a Scioli no le entrara ninguna bala. Que lo acompañara hasta en las derrotas que lo destrozaban al Furia, que salía en girones, mientras Scioli permanecía indemne. Intacto. Lo más pancho.
Pasó con la llamada “crisis del campo”. Para probarlo, El Furia lo hacía hablar a Scioli en los mítines más espantosos de la historia del peronismo. Pero nadie nunca lo registraba.
Las palabras se olvidaban a medida que las pronunciaba.
Y después del “no positivo” de Cobos, El Furia quiso obligar a La Doctora a la dramática renuncia. Pero ella no renunció un pepino. Y esa noche en Santiago del Estero, precisamente en la inauguración del aeropuerto de Eurnekián, La Doctora se mostró radiante, exultante, con los ojos brillosos y casi feliz. Su marido se había quedado fundido. En la lona de Olivos.
Tampoco se lo vio abatido a Scioli cuando perdieron “testimonialmente” juntos contra Francisco De Narváez. 2009.
Al día siguiente, El Furia estaba “hecho percha”. Y le tiró a Scioli con la dirección del PJ por la cabeza. Siempre positivo, con esperanza y fe.
Incluso hasta pudo aguantar cuando El Furia había decidido aniquilarlo. A la vista de la militancia y de la totalidad de los medios. 2010 y sigilosamente El Furia lo preparaba, para gobernador, a Amado Boudou, en un acuerdo con Martín Insaurralde. A raíz de un crimen conmovedor, y ante la demanda de seguridad, Scioli había declarado que “tenía las manos atadas”.
El Furia no se lo perdonó. En su discurso preguntó:
“Diga, Gobernador, ¿quién le ata las manos?”.
Momento de los más tensos. Pero dos días después El Furia iba a padecer por los reclamos desatendidos del cuerpo. Con la irrupción de la carótida sensible, El Furia profundizaba otro error imperdonable. El de morirse.
Morirse antes de arreglar todos los quilombos pendientes. Los que planificaba resolver, según nuestras fuentes, en la próxima presidencia.
Cinco años después, los quilombos se convertirían en causas judiciales. La construcción recaudatoria de la política iba a desmoronarse, al fin y al cabo, por torpezas de la hotelería.
En un rapto tardío de lucidez, La Doctora debió resignarse y aceptar que Scioli era el mejor candidato que podía presentar. Aparte, era el único. Aunque se le enojara Florencio Randazzo.
No podía ser reelecta, y en las legislativas de 2013 Sergio Massa, con su triunfo, había pulverizado cualquier posible invención.
Cabe consignar que La Doctora carecía de aptitudes básicas para ser Jefa, o Conductora.
A esta altura del relato, no se debe dar crédito a los imaginativos que aún sostienen que La Doctora prefería que ganara Mauricio Macri, el adversario ideal, y no Scioli, el aliado diferente. Tonterías. Ocurrió que a la pobre, como Conductora y Jefa, le salió todo mal. No pudo siquiera imponer autoridad sobre el ministro Randazzo.
Y a Scioli hasta le puso –lo más grave- la tobillera electrónica de Carlos Zannini. Como compañero pesado en la fórmula.
En su soberbia, taponada por el orgullo o la ceguera, La Doctora no supo registrar el hartazgo que ya producía el kirchnerismo, en su versión cristinista, entre las capas medias y alta de la sociedad blanca. Vivía agobiada por imposturas de cadenas nacionales. Tensiones vanas. Grandes causas perdidas.
El final es más conocido que la propia historia. Se perdió. Fue Scioli quien perdió. Cometió el error imperdonable.
A La Doctora la aguardaban, con su paciencia infinita, los juzgados federales. Y a Scioli la desgracia de la derrota, que iba a exponerlo a las balas. Las que ahora entraban, sucesivamente, una tras otra. Las balas partían de las recámaras más inesperadas.
Mientras tanto (o mejor, para colmo), La Doctora y Scioli amenazan con la impertinencia del regreso. Es peor. Irritan más.
En la Argentina pendular se impone devastarlos. Antes que, por el bio-ritmo político, estimulados por la carencia, compongan juntos la ficción de recuperarse.
(*) Contenidos e imágenes publicados en JorgeAsisDigital.com | Título original de la nota: «El imperdonable error de perder».