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Por Héctor Cometto. El golpe de prestigio que significó para Cristiano Ronaldo su decisiva participación en la clasificación de Portugal al Mundial, marca el valor que tiene la inserción en el juego de selecciones, aun para megaestrellas que disfrutan de la superplataforma de un club universal.
Igualó a Pauleta con 47 goles entre los máximos conquistadores lusitanos, y brindó una manifestación elocuente de rebeldía deportiva, involucrándose, jugándosela, torciendo el destino a partir de una gestión que fue más allá de su beneficio individual y traspasó el límite de su contorneado físico, que parece ser su único universo.
Los colores de un país le brindan al superatleta la trascendencia esencial, la que los remite a la pasión de la infancia, la que los asocia y los reúne con aquellos de los que se alejan demasiado en su torre de marfil.
¿Sos un número uno?
Entonces tu selección debe imponerse, crecer, ascender, llegar. Es una medida de la capacidad de hacer mejor a tus compañeros, los de sangre, no los contratados.
Hasta en los deportes individuales como el tenis los logros se evidencian en las justas nacionales. Nalbandian le debe gran parte del reconocimiento recibido en los últimos días a su pasión por la Davis. Del Potro no lo puede ignorar. Hasta aquellos intachables, que habían llegado a la cumbre, se los cuestionó en algún momento por no presentarse, como Ginóbili.
Si a Messi le preguntan: ¿qué es lo que más querés? ¿Hay alguna duda de la respuesta? Y no de ahora en la cima, desde siempre.
Porque el fin es la gloria. Y la gloria es más grande con los colores de todos.■