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Por Claudio Fantini. El duro Benjamín Netanyahu anunció la muerte de Shimon Peres con gesto compungido. A renglón seguido, tomó las medidas para que el ex primer ministro y ex presidente tenga funerales de una magnitud imponente. A la altura de los hombres que han aportado significativamente al nacimiento y la consolidación del Estado judío.
El actual jefe de gobierno recibirá a mandatarios y dirigentes de todo el mundo. En Jerusalén, se despedirá al último miembro de la estirpe de los fundadores.
La historia de Shimon Peres es la historia de Israel. Por eso, Netanyahu y sus socios en la coalición de gobierno actuarán como si de verdad creyeran en la significación que tenía el hombre, al que están honrando con imponentes funerales. Pero la verdad no es ésa.
❝La historia de Shimon Peres es la historia de Israel❞
La verdad es que Netanyahu se encargó de torcer el rumbo que fijó Shimon Peres junto a otro padre fundador y prócer de la consolidación del Estado judío, Yitzhak Rabin.
No todo brilla en la historia del hombre al que Israel y el mundo están despidiendo. También hay páginas oscuras y capítulos negros. Pero las claridades fueron muy significativas.
El niño que llegó en la corriente migratoria askenazí, huyendo de los pogromos y persecuciones contra los judíos de Rusia, Polonia, Ucrania y Bielorrusia, fue el adolescente que impulsó los kibutzin (esas incubadoras socialistas donde empezó a formarse Israel) y el joven que acompañó a Ben Gurión en la fundación del Estado y la creación del primer gobierno del Mapai (Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel), que luego se transformaría en el socialdemócrata Partido Laborista.
Después fue el combatiente en las primeras guerras contra ejércitos árabes, el funcionario del gobierno de Golda Meir y el dos veces primer ministro y presidente. Pero, fundamentalmente, fue el canciller que, junto a Yitzhak Rabin, diseñó las negociaciones secretas de Oslo que desembocaron en la Conferencia de Madrid y en la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y el regreso de Yasser Arafat a Cisjordania para encabezar el proto-gobierno del Estado árabe que debía crearse para cumplir con la resolución de la ONU emitida en 1947 y por la que nació el Estado judío al año siguiente.
Netanyahu fue un impulsor de la acusación de “traición” que motivó a fanáticos como Yigal Amil, el joven que asesinó a Rabin, precisamente por haber negociado con Arafat y por haber impulsado el proceso que debía desembocar en la creación del Estado palestino.
Peres siguió apostando por esa vía, mientras Netanyahu y el ala dura del Likud la seguían torpedeando. El histórico dirigente laborista colaboró con el primer ministro Ehud Barak para acordar con Arafat en el llamado “Camp David II”, que tuvo por entusiasta mediador al presidente norteamericano Bill Clinton.
El actual premier israelí festejó en aquel momento el fracaso, con el que colaboró incomprensiblemente Arafat, del esfuerzo de un gobierno laborista israelí para que naciera un Estado palestino.
Shimon Peres también colaboró con Ariel Sharon, cuando, súbitamente convertido en “paloma”, dejó el Likud y creó el partido centrista Kadima, buscando reflotar la marcha hacia la creación negociada de un Estado palestino.
Netanyahu y la dirigencia que lo mantienen en la jefatura del gobierno, sabotearon todos aquellos intentos y lograron que Shimon Peres terminara como un prócer viviente, pero impedido de influir en la política del país que lo tuvo entre sus fundadores.
Ese país está despidiendo a un pionero y a uno de los últimos miembros de una estirpe de estadistas que está siendo reemplazada por una dirigencia moldeada por el marketing y por los gurúes publicitarios.