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Por Claudio Fantini. Cuando trazó con un discursola “línea roja” que el régimen sirio no debía cruzar para no encontrar una represalia de las potencias occidentales, Barack Obama habrá pensado en Bill Clinton quien había cuestionado el belicismo de sus antecesores republicanos.
A George Hebert Walker Bush, no por la operación “Tormenta del Desierto”, que liberó a Kuwait de la invasión iraquí, sino por el ataque a Panamá para cazar al general Manuel Noriega; y a Ronald Reagan por los bombardeos en la ciudad libia de Bengasí, donde murió una hija bebé del dictador Muhamar Khadafy.
Pero cuando quedó en claro que el líder de lo que quedaba de Yugoslavia perpetraba una brutal limpieza étnica contra los albaneses de Kosovo, envió una flota al Mar Adriático con el general Wesley Clark a la cabeza, para poner fin a los crímenes de Slobodan Milosevic.
La aprobación
Clinton no logró la aprobación del Consejo de Seguridad, por el veto de Rusia y de China, pero reunió una amplia coalición en la que participaron Francia, Italia, Canadá, España, Inglaterra, Turquía, Holanda, Dinamarca y Bélgica, lo que le permitió lanzar la operación «Fuerza Aliada», cuyo resultado final no sólo fue la liberación del Kosovo, sino también la caída del “carnicero de los Balcanes”.
Igual que Clinton en 1999, Obama no tendrá la aprobación del Consejo de Seguridad para una acción militar en Siria. Lo más grave es que de aquel gran conglomerado, sólo estarán de su lado Francia, participando en las acciones bélicas, y Turquía aportando bases áreas.
Más grave aún: tras los empantanamientos en Irak y Afganistán, la sociedad norteamericana no quiere a su país involucrado en nuevas guerras, el casus belli (la masacre con gas sarín cometida por el régimen) deja fuertes dudas. Y ni siquiera hay acuerdo entre los países árabes sobre el alcance de la operación militar a realizar.
Arabia Saudita y Qatar, por ejemplo, quieren que el ataque destruya de una vez por todas el poder de Bashar al Assad, pero el gobierno de Egipto no está de acuerdo. Mientras gobernó la Hermandad Musulmana con Mohamed Morsi en la presidencia, Egipto apoyó a las fuerzas rebeldes. Pero tras el golpe de Estado, Egipto quedó en manos de un gobierno laico enfrentado a islamistas, igual que el régimen laico sirio en esta guerra civil en la que lo enfrentan muchas milicias cercanas a Al Qaeda.
Obama entre dos certezas
Enredado en una madeja de dudas, el jefe de la Casa Blanca tiene sólo dos certezas. Una lo paraliza, demorando su decisión, y la otra lo alienta a dar la orden de ataque.
■ Obama I: Lo paraliza saber que, aunque los misiles lanzados desde los buques artillados y desde los aviones, logren precisión quirúrgica en blancos militares, el régimen de Al Assad mostrará al mundo imágenes de destrucción y muerte, que incluso podría causar su propio ejército, para difundirlas contra la imagen de Estados Unidos y de Obama. Lo hizo Saddam Hussein en las tres guerras que mantuvo: contra Irán, contra Bush padre y contra Bush hijo.
■ Obama II: La certeza que empuja a Obama a la decisión de atacar, es saber que el tema ha llegado a un punto sin retorno. La sola demora en la ejecución fortalece al régimen de Al Assad, que anunció la postergación del ataque como un triunfo, y afecta negativamente a Estados Unidos y sus aliados. Al fin de cuentas, la habían anunciado como “guerra relámpago” y, como lo establecían los ideólogos estrategas alemanes al plantear la “blitzkrieg”, debe realizarse como una sorpresa para tomar desprevenidas a las fuerzas atacadas.
Más aún fortalecería al régimen sirio la cancelación del anunciado ataque. Implicaría un cheque en blanco para su criminal aparato de guerra. Lo sabe el presidente norteamericano, por eso decidió no poner marcha atrás, aunque avanza sin la más mínima aceleración y con un pie siempre tocando el freno. ●
Notas relacionadas:
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