Por Claudio Fantini. Al cumplirse un año de la invasión que detonó la guerra en Ucrania, Vladimir Putin incrementa la crueldad y retorcimiento de las acciones militares. Este acciones es una prueba de la inesperada dificultad que encontró el ejército ruso para alcanzar los objetivos planteados. El jefe del Kremlin muestra el envilecimiento de apostar a las muertes propias (al enviar a miles de jóvenes soldados a la muerte) y ajenas a escalas industriales, con el bombardeo a centros civiles.
Un año atrás sorprendía una caravana interminable de blindados que ingresaba a Ucrania desde Bielorrusia, mientras otras divisiones del ejército llegaban por a Donetsk y Lugansk desde Rusia.
Moscú supo que había caído en una trampa cuando la ocupación de Kiev, que se suponía sería un paseo, se tornó una misión imposible.
El Kremlin y sus generales estaban seguros de que los militares ucranianos los recibirían con los brazos abiertos y derrocarían a Volodimir Zelenski. No sucedió.
Fue lo que le hicieron creer los servicios de inteligencia de Kiev, asesorados por la CIA y el MI-6.
Los cohetes antitanques Jabelin y los misiles antiaéreos portátiles Stinger hicieron estragos en la caravana de blindados y camiones que transportaban tropas, por lo que iniciaron un repliegue bochornoso para la potencia invasora.
La primera gran victoria rusa fue la conquista de Mariupol, incluida la inmensa empresa siderúrgica que acabó siendo el último bastión de la resistencia local.
Rusia le quitó de ese modo a Ucrania su costa sobre el Mar de Azov, pero al precio de la destrucción total de Mariupol.
Pero mientras el Kremlin festejaba esa victoria, la exitosa ofensiva ucraniana le cortó el brindis al reconquistar casi la totalidad del noreste.
Ucrania confía en poder relanzar la ofensiva hacia el este con los tanques Leopard que recibirá de Polonia y de Alemania, los M1 Abrams que le enviará Estados Unidos, los Leclerc de Francia y los Challenger que les prometió el premier británico Rishi Sunak.
Con divisiones de tanques sumándose a los lanzacohetes Himars y a los proyectiles de 155 mm, Kiev confía en que podrá retomar la contraofensiva en el Donbás.
Si llegara a recibir los aviones de combate que está pidiendo a gritos, Zelenski cree que sus fuerzas podrían empujar al ejército invasor hasta las fronteras que transpusieron hace un año.
La guerra está empantanada. Ninguna de las fuerzas puede lograr avances significativos.
Lo cierto es que Putin anuncia ofensivas a gran escala que terminan siendo embestidas contra algunos puntos clave, como Bajmut, donde a la ofensiva la está encabezando el Grupo Wagner y no el ejército ruso.
Y cada vez son más los soldados propios que está usando como carne de cañón. Los soldados avanzan como zombis y caen abatidos por los ucranianos.
Si intentan volver sobre sus pasos para ponerse a salvo, son abatidos por los oficiales rusos que los mandan a morir en esos asaltos suicidas a las líneas enemigas.
También le sobra “carne de cañón” al Grupo Wagner, porque Vladimir Putin le permitió hacer batallones multitudinarios de convictos que aceptan ir a combatir a Ucrania a cambio de la excarcelación.
Otro síntoma de la debilidad rusa, es el envilecimiento de sus estrategias. Cada vez son más los bombardeos sobre ciudades, masacrando civiles.
¿Son tan obtusos los generales rusos y los jefes del ejército de mercenarios? No. El objetivo de usar como blanco a miles de reclutas y de reos rusos, es hacer que los ucranianos agoten sus municiones. Y en buena medida, se logra.
Kiev está reclamando municiones para mantener su resistencia en Donetsk.
Escasean las balas y los proyectiles de artillería, porque en Soledar, en Vuhledar y en otras aldeas que rodean a Bajmut, las usan masivamente contra las ordas humanas lanzadas por los generales rusos y por el condotiero de Wagner, Yevgueni Prigozhin.
Las potencias occidentales aliadas de Kiev están llegando al límite en la producción de municiones para abastecer a Ucrania.
A un año de haber iniciado esta guerra, y con su ejército empantanado, la estrategia de Putin muestra el envilecimiento de apostar a las muertes propias y ajenas a escalas industriales.