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Por Claudio Fantini. Uruguay tiene la postal más tranquila y placentera de la centroizquierda latinoamericana de estos días. En Brasil, esa postal muestra tensiones y disensos por el nuevo equipo de Dilma Rousseff, mientras que en México -por la matanza de estudiantes- está en crisis.
El Frente Amplio festejó lo que era un triunfo cantado de Tabaré Vázquez. La buena presidencia que había realizado su candidato y el prestigio que éste supo mantener intacto, dejaban en claro que sólo había dos posibilidades de que pierda: o bien que el gobierno de su partido -que lo sucedió- hubiese sido pésimo, o bien que el candidato opositor sea un fenómeno político invencible.
Ni el gobierno de José “Pepe” Mujica fue malo, ni el candidato opositor resultó el fenómeno que se necesitaba para derrotar al respetado oncólogo montevideano.
Mientras la centroizquierda uruguaya disfruta su momento de gloria, en el oficialismo brasileño crujen las bases porque el ala izquierdista del PT está en total desacuerdo con el giro liberal del gobierno que implica el nombramiento del banquero promercado Joaquim Levy al frente de la Economía y Katia Abreu en el Ministerio de Agricultura.
Levy es más cercano a las posiciones de Arminio Fraga, quien habría sido ministro de Economía si ganaba Aécio Neves, que de Guido Mantega, el hombre que ha estado al frente de esa cartera desde que Dilma Rousseff llegó a la Presidencia. Y más allá de que el mismísimo Joseph Stiglitz certifique el sano pragmatismo de Fraga proponiéndolo a la presidencia del Banco Mundial, para la izquierda del PT se trata de un neoliberal irredento, igual que su discípulo Joaquim Levy, quien había aportado ideas a la campaña del candidato centroderechista.
La postal de la tensión en la centroizquierda brasileña muestra que la presidenta ha decidido rectificar el rumbo de mayor intervención, regulación y estatismo que adoptó cuando empezaron a caer los precios de las commodities, que le daban viento de cola, y que no sirvieron más que para ahondar el estancamiento de la economía y el crecimiento de la inflación.
Con los hombres que habían integrado los equipos económicos que conducía el pragmático Antonio Palocci en la presidencia de Lula, el gobierno petista vuelve a la senda de pragmatismo que tanto rédito le dio al antecesor y mentor de Rousseff.
Pero peor que las tensiones en el ala izquierda del PT, es la crisis terminal del PRD, el partido de la centroizquierda mejicana, sacudido ahora por la desaparición de los estudiantes normalistas de Iguala, donde el alcalde y su esposa, dirigentes perredistas, los entregaron a los sicarios narcos, los que habrían sido eliminados.
La renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas al partido que fundó como un desprendimiento izquierdista del PRI, pone al PRD al borde de la extinción. El hijo del general Lázaro Cárdenas, el presidente que nacionalizó el petróleo y encausó por la vía institucional a la revolución agrarista, dio el portazo denunciando el envilecimiento del partido, que ya había perdido otra figura de fuste: Andrés Manuel López Obrador.
A primera vista, parece que el más golpeado por la desaparición de los normalistas es el gobierno del PRI que conduce Peña Nieto. Pero, por este caso, la fuerza política que quedó al borde del colapso es el PRD.
Por eso, en materia de postales de la centroizquierda, la más mirada esta semana será la del festejo frenteamplista por el nuevo triunfo que devuelve a la presidencia a Tabaré Vázquez.