Por Juan Turello. Por momentos, Argentina suele estar aislada del resto del mundo en...
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Por Claudio Fantini. El “barrilete cósmico” del relato del gol de Maradona a los ingleses quedó en la historia porque fue una genial descripción de lo que ocurría sobre el césped y en la emoción de los argentinos. Pero el relato que el mismo relator hizo el despegue del avión de Aerolíneas Argentinas que fue a Moscú a buscar un cargamento de la vacuna Sputnik V, resonará en la historia como un eco totalitario.
La solemnidad y el alto voltaje emocional en la descripción de los pilotos, el carreteo y el ascenso de la nave como si fuera una gesta increíble, en la que un grupo de patriotas se juega la vida para salvar a los argentinos, generó estupefacción y miedo.
Una porción del país ve presagios oscuros en los actos surrealistas que diseñan los aparatos de propaganda sobre la vacuna en Argentina. En ningún país se escucha algo así.
Los gobiernos, simplemente, adquieren la vacuna y organizan vacunaciones masivas. Pero no fue la única escena desopilante. A las otras, las protagonizaron Cristina Kirchner y Alberto Fernández.
Pero no sólo en el terreno oficialista. Las voces opositoras que se concentraron en sembrar sospechas sobre la vacuna rusa, también están politizando irresponsablemente la cuestión.
Elisa Carrió es un ejemplo. Atacar una vacuna cuando lo que se necesita es que la gente se vacune masivamente, es cometer un estropicio.
Se puede cuestionar el manejo que el Gobierno está haciendo de la vacuna rusa; acusarlo de apurar los tiempos con fines propagandísticos o señalar aspectos turbios de la negociación con Moscú.
Pero atacar una vacuna, implica atacar una vacunación. Y en una situación como ésta, equivale a un sabotaje peligroso.
El problema de la vacuna Sputnik V no proviene del laboratorio que la creó, sino de Putin, quien la usó como un instrumento de propaganda nacionalista y una ficha para posicionarse en el tablero internacional.
La vacuna rusa debiera llamarse Gamaleya en lugar de Sputnik. Es el nombre de la prestigiosa institución científica que la creó y cuyo prestigio tiene origen decimonónico.
Nicolay Gamaleya fue uno de los grandes epidemiólogos del mundo y realizó aportes inmensos en el terreno de las vacunas.
Llamarse Gamaleya sería lo natural y lo mejor, pero Vladimir Putin
-para hacer política interna e internacional- la bautizó con la palabra rusa que significa satélite.
Sputnik remite al primer gran triunfo soviético sobre Estados Unidos en la carrera espacial al ser el primer artefacto fabricado en la Tierra que fue puesto en órbita en 1957.
Para actuar en los mismos términos, la vacuna de Pfizer o la de Moderna debiera llamarse Apolo XI para evocar la llegada del hombre a la Luna, el acontecimiento que marcó el triunfo norteamericano en la carrera espacial.
Por otra parte, Putin perjudicó la vacuna rusa al formular anuncios que todavía no estaban probados.
En la Argentina, los malos ejemplos están en la oposición y en el oficialismo.
O sea, en quienes la atacan poniendo en riesgo el éxito de la vacunación, y en los que la convierten en instrumento de propaganda, como el desopilante relato del despegue.