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Por Claudio Fantini. En una pulseada, las manos trenzadas avanzan y retroceden en una tensión constante. El mundo está viviendo una histórica pulseada sobre Venezuela. Con los codos apoyados sobre la estructura militar y sobre el escenario internacional, las fuerzas en pugna están dirimiendo el futuro del país caribeño, hoy bajo el cuestionado mandato de Nicolás Maduro.
El día después del sísmico miércoles 23 de enero, Maduro pudo sonreír porque la cúpula del generalato apareció ante la televisión dándole su apoyo al régimen.
No fue una gran sorpresa que su primera reacción fuera a favor de Maduro, ya que se trata de un régimen esencialmente militar, en el que el generalato se reparte con la burocracia partidaria, los dineros obtenidos por el régimen por la venta de petróleo por cuenta propia y los beneficios de las mafias que le pagan regalías por explotaciones clandestinas en el arco minero de la cuenca del Orinoco, por ejemplo.
Para los generales, igual que para la cúpula política, se trata de permanecer en el poder o marchar a la cárcel y su primer gesto, lógicamente, debía ser a favor de Maduro.
El rostro del régimen pudo sonreír el jueves 24, pero se volvió adusto el viernes 25. La sonrisa se posó sobre la cara de Juan Guaidó, porque en el escenario internacional hubo un fuertísimo movimiento a su favor: el de la Unión Europea.
Desde la tibieza de las primeras horas, la UE viró velozmente hacia un posicionamiento duro contra el régimen, dándole un ultimátum de ocho días para que convoque a elecciones que sean verdaderamente limpias y creíbles. De no hacerlo, el conglomerado europeo reconocerá como presidente a Guaidó para que sea él y la Asamblea Nacional los que convoquen ese proceso electoral que debe marcar el final del régimen chavista.
Lo más significativo de este giro es que al primer anuncio de la nueva posición lo hizo Josep Borrel, el canciller español. Paralelamente, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se comunicaba con Guaidó para respaldarlo y explicarle la iniciativa europea. Lo más significativo es que el gobierno de Pedro Sánchez está sostenido por una alianza con Podemos, la fuerza antisistema liderada por Pablo Iglesias que fue financiada por el chavismo y hasta hace poco defendía al régimen.
La pulseada puede durar un tiempo o puede volcarse repentinamente a favor de una de las partes. Las otras posibilidades es que la pulseada se prolongue y que Venezuela se termine precipitándose en una guerra civil de consecuencias espantosas, involucrando fuerzas militares externas.
Venezuela es una muestra más de la globalización de “la grieta”. Los países toman posición a favor de uno u otro bando y, en la mayoría de los casos, esos posicionamientos no tienen que ver con interpretaciones de la Constitución venezolana o sobre la “razón democrática” que esgrime cada parte, sino que responden a intereses geopolíticos y económicos.
En el Kremlin no se sentaron a estudiar el artículo 233 de la Carta Magna bolivariana para ver si Guaidó lo está aplicando correctamente o no. Lo que le importa a Moscú es poner otro pie en las inmediaciones de Estados Unidos (desde la era soviética tiene un pie en Cuba) y saltar el “cordón sanitario” que las potencias occidentales tendieron a Rusia al incorporar en la OTAN a ex miembros del Pacto de Varsovia.
Al chino Xi Jinping no lo desvela la calidad de una democracia caribeña. Preside un autoritarismo capitalista al que le preocupa que se cumplan los contratos que ha firmado el régimen y que le paguen la inmensa deuda que esa “ineptocracia” contrajo con Beijing.
Sería una novedad que a Bolsonaro lo movilizaran las convicciones democráticas. El presidente brasileño pasó 30 años de vida política haciendo apología de un golpe de Estado (el que derribó a Joao Goulart) y elogiando una dictadura: la que inició el general Castelo Branco y concluyó el general Figueiredo.
Los ideologismos, igual que los intereses económicos y estratégicos, bloquean un razonamiento elemental: no hay dictaduras buenas y dictaduras malas. Hay dictaduras y democracias. Las culturas autoritarias de izquierda y derecha defienden las dictaduras, mientras que el pensamiento liberal-demócrata, de centroderecha y de centroizquierda, tiene en claro que lo único aceptable es la democracia.
Los venezolanos llevan casi una década, o más, padeciendo una oscura pesadilla. Impera sobre ellos el régimen esperpéntico de la casta política-militar que hundió un país que flota en petróleo, provocó la bancarrota del Estado y empobreció a la sociedad.
Buscar una salida en el campo de batalla, y no en la mesa de negociación, podría convertir a Venezuela en un agujero negro geopolítico.
“Diálogos” como los que propiciaron José Luis Rodríguez Zapatero y el papa Francisco fueron, en realidad, instrumentos funcionales al objetivo del régimen: perpetuarse.
Lo único negociables es la forma de salir de la ratonera autoritaria que construyó la casta político-militar, retomando la democracia liberal, o sea el sistema en el que impera la división de poderes, el pluralismo, las libertades públicas e individuales y los derechos y garantías en los que se funda la sociedad abierta.
Buscar una salida en el campo de batalla, y no en la mesa de negociación, podría convertir a Venezuela en un agujero negro geopolítico. Y como ya hemos señalado en esta columna, los agujeros negros geopolíticos, igual que los interestelares, devoran todo lo que los rodea.