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Por Héctor Cometto. El 26 de junio se cumplen tres años de la caída de River en el Monumental. Fue el partido de un solo equipo: nunca la historia -que se escribe en porteño- lo considerará como lo que fue, una gran victoria de Belgrano.
Desde allí salió este campeón, desde lo más profundo de su caída, aferrado a sus hinchas y a sus emblemas, uno de ellos en el principio y en este fin: Fernando Cavenaghi. Otro, tomó la posta de Matías Almeyda para consolidar su pertenencia al paraíso Monumental: Ramón Díaz, ejemplo de adaptación y superación, manejando su ego en función del bien supremo, respetando la cercanía del emisario de estos nuevos tiempos dirigenciales,
Enzo Francescoli, el gran cultor de esta superación millonaria, el que demuestra que también se puede ganar con humildad y perfil bajo en esa vidriera que exagera todo, en la que el sentido de ubicación es el menos común de los sentidos.
El equipo termina saliendo de memoria porque se respetaron los tiempos de los elegidos con el apoyo para el bien esencial de la relación técnico-jugador: continuidad y respaldo. Esa coherencia es respetada hasta por los suplentes, también piezas esenciales del título.
Victoria en el clásico y el eterno rival en la segunda posición agregan mística a la conquista que será sólo un punto de partida fugaz si no se corrigen los desvaríos económicos y el vínculo con los maleantes del aliento mercenario.
Hay que seguir el estilo Francescoli, ahí está la verdad.■
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