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Por Claudio Fantini. Para muchos, la reelección de Joseph Blatter al frente de la FIFA tuvo un eco argentino. Cuando pocas semanas después de la oscura muerte de Nisman, las encuestas mostraron un repunte de la imagen del Gobierno y de la Presidenta, muchos sintieron que al país no le importaba la oscura significación de esa muerte.
En otra dimensión, una sensación similar produjo el triunfo del corrompido y decadente establishment que lleva años al frente de la FIFA.
Se suponía que el escándalo de corrupción revelado por la Justicia norteamericana y por el FBI, impondría una renovación dirigencial. Estaba claro que Blatter y la dirigencia que encabeza tienen sus principales canteras de votos en África, Asia y Oceanía, por lo que, aún perdiendo en Europa y en América, como sucedió, su triunfo estaba asegurado.
El prestigioso y anti-Blatter, Michel Platini, no se postuló porque sabía que no podía socavar las fuerzas del establishment en sus canteras. Pero la jugada del francés estaba bien pensada.
Alí Bin Al Hussein -que tenía el apoyo de Platini- no sólo es una figura joven y a la vez experimentada en la dirigencia futbolística, sino que además estaba en condiciones que revertir la tendencia de muchos votos del oficialismo en África, Asia y Oceanía, ya que podía obtener el apoyo de los muchos países musulmanes de esas regiones.
¿Por qué? Porque ese príncipe jordano es medio hermano de Abdulá II, el rey de Jordania, e hijo del fallecido rey Hussein, un estadista cuya lucidez hizo de Jordania un país tenido en cuenta y respetado tanto en el mundo árabe, como en las potencias de Asia y de Occidente.
Además, pertenecer a una dinastía hachemita incrementaba su aval entre los países musulmanes, por lo tanto podría torcer los votos de varias naciones africanas del Magreb, asiáticas y de Oceanía, que profesan el Islam.
❝No alcanzó. Incluso entre los países musulmanes se impuso el apoyo a esa dirigencia ensombrecida por la corrupción❞.
Ser hachemí implica descender del clan Banú Hashim, que significa “los hijos de Hashim”, en referencia a Hashim ibn Abd al-Manaf, el bisabuelo de Mahoma. Por lo tanto, pertenecer a la dinastía hachemita que reina en Jordania, implica ser descendiente del profeta del Corán.
Impulsar el reemplazo de Blatter por el príncipe jordano es una jugada políticamente inteligente, en un tablero que también es fundamentalmente político. Pero no alcanzó. Incluso, entre los países musulmanes se impuso el apoyo a esa dirigencia ensombrecida por la corrupción.
Se puede decir que, en el terreno del fútbol internacional, la corrupción le ganó al mismísimo profeta del Corán.
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