Autoridades del IAE y de Banco Macro, en una ceremonia conducida por la periodista Verónica...
La empresa Aguas Cordobesas celebró el cierre del programa “Construyendo Futuro 2024", con la...
Suscribite al canal de Los Turello.
Por Claudio Fantini. La prolongada audiencia que Francisco concedió a Cristina Kirchner, en fuerte contraste con los mezquinos minutitos que dispensó a Michelle Bachelet, planteó el interrogante con crudeza: ¿está el Papa interfiriendo en la política argentina a favor del Gobierno?
¿O sencillamente se trata de que los pontífices, como jefes de Estado, deben recibir a otros jefes de Estado? ¿La diferencia con la mandataria chilena tiene que ver con el hecho de que Bachelet no es religiosa y, además, impulsa el aborto, mientras que la Presidenta argentina es católica y se opone a la interrupción del embarazo en cualquiera de sus etapas?
No es nuevo que los papas se mezclen en la política de sus respectivos países.
Desde el Tratado de Letrán, por el cual Italia y la Iglesia se reconocieron mutuamente como Estados, los papas italianos siempre ayudaron al Partido Demócrata Cristiano (PDC). El impulsor de la democracia, Alcide de Gasperi, contó con la ayuda del Vaticano para poner en pie la República posfascista, sin que cayera totalmente en manos del poderoso Partido Comunista (PCI), que lideraban Palmiro Toglitatti y los hermanos Giovanni y Enrico Berlinguer.
Giulio Andreotti fue un mimado de la Iglesia y esa fue la política vaticana desde Pío XII hasta Pablo VI, pasando por Juan XXIII. Karol Wojtila también interfirió en la política de su país, Polonia, pero a favor del movimiento anticomunista y católico Solidaridad y su líder Lech Walesa. Joseph Ratzinger se mantuvo equidistante entre la centroderecha y la centroizquierda de Alemania.
Y en la Argentina, la oposición vio la llegada de Jorge Bergoglio al trono de Pedro como el advenimiento de un libertador contra el populismo autoritario que representa el kirchnerismo y que lo había puesto en el lugar de “jefe de la oposición”, junto a Héctor Magnetto, titular del multimedios Clarín.
Ahora, empieza a ver a Francisco como un aliado de Cristina y se preguntan: ¿A quién se refirió el Papa cuando denunció que se sentía “utilizado” por la política argentina? Muchos se colgaron de su sotana, pero la foto de la Presidenta y Martín Insaurralde que le robaron al Papa en Brasil para convertirla en el principal afiche de campaña, fue por lejos la más descarada de las utilizaciones políticas que se hizo de la figura del jefe de la Iglesia Católica.
¿Dónde está el cardenal Bergoglio? ¿En el Papa que recibe a Cristina en la antesala de las urnas, bendiciendo de hecho su imagen política? ¿O en la Iglesia argentina, cuyos mensajes en temas como pobreza y corrupción no suenan precisamente favorables al gobierno kirchnerista?
No hay dudas de que la Iglesia local responde totalmente al Papa. Sin embargo, lo que la Iglesia dice en la Argentina parece a contramano de lo que Francisco gesticula en el Vaticano. Y difícilmente sea un desentendimiento.
Quizá el misterio está pronto a develarse. Sucede que, a renglón seguido de la larga audiencia con la que el Papa volvió a bendecirla políticamente en Roma, la Presidenta aseguró categóricamente algo que evidentemente es una mentira: el inverosímil 5% de pobreza que dijo tener la Argentina. ¿Quién miente? ¿La Presidenta, al colocar a la Argentina por sobre Islandia, Alemania, Canadá y los países nórdicos en una de las áreas claves del desarrollo? ¿O la Iglesia argentina, que a través del Observador de la Deuda Social de la Universidad Católica sitúa la pobreza en un índice cercano al 30%?
Como cardenal y como Papa, Bergoglio ha repudiado muchas veces la mentira. Ahora está frente a ella, no puede quedarse en silencio sin contradecirse a sí mismo. O bien le pide a la Presidenta que no mienta sobre algo tan importante, o bien se lo pide a la Iglesia argentina. Pero no podrá callar al respecto, sin que ese silencio implique avalar una mentira.